Es misteriosa la lealtad extrema que suscitan personajes como Donald Trump, Cristina Fernández o Lula da Silva. Al día siguiente de que su ex abogado confesara haber cometido delitos en su nombre, una encuesta le daba a Trump el 43% de aprobación, sin baja significativa en las últimas semanas. En Argentina, la ex Presidenta retiene un apoyo firme del 30%, según sondeos posteriores a las revelaciones de los ya famosos "cuadernos de las coimas". Lula, desde la cárcel, partió su campaña en Brasil y sigue favorito para las elecciones de octubre.
Ni los escándalos de pagos a "modelos" ni los bolsos de dinero de dudoso origen ni seis juicios y una condena alejan a partidarios acérrimos de estos líderes políticos.
En el caso de Trump, sus fallas y debilidades eran bien conocidas antes de ser elegido. Que fuera mujeriego, tuviera negocios turbios y amistad con los rusos no pareció novedoso, por lo que muchos de sus votantes siguen confiando en que cumplirá sus expectativas. De hecho, reconocen que les ha respondido en temas clave como la economía (en buena forma), la defensa de los valores (en la Corte Suprema ha nombrado a jueces conservadores), una dura política de inmigración y su confrontación con los demócratas y los partidarios de Hillary Clinton, que representan los "demonios" de los republicanos extremos. En un país con un bipartidismo tan intenso, esta división política ha llevado a que hasta republicanos moderados prefieran a Trump. Que cada día haya un nuevo escándalo, o que la justicia se acerque más a su entorno, no parece influir en esos partidarios acérrimos. Y ante tanta noticia, esos adeptos ya no prestan atención a los medios que, en su mayoría, son contrarios al Presidente. Al final, con su retórica agresiva contra las " fake news ", o la "caza de brujas", consigue mantener a su audiencia sintonizada.
Con Cristina pasa algo similar. Desde el maletín lleno de dólares enviado por Hugo Chávez, el bolsón con US$ 9 millones lanzado al patio de un convento y ahora las maletas con billetes que se trasladaban habitualmente por las calles porteñas, los argentinos ya no se sorprenden. La mayoría (58%) piensa que Cristina es corrupta, pero hay un 30% irreductible que, sea por la mala situación económica o por una ideologización extrema, sigue aferrado a la senadora. Su figura pesará sobre el futuro del peronismo mientras esté desorientado, con liderazgo dividido, muchas personalidades en competencia y sin la caja financiera que lo mantenía cuando detentaba el poder.
Difícil que a Trump le hagan ahora un impeachment ; a los demócratas les conviene enfocarse en ganar el Congreso y evitar un largo y desgastador juicio político, mientras se avanza en los procesos y en la investigación de la trama rusa.
Puede que Cristina pierda su fuero parlamentario y tenga que enfrentar los juicios en curso. En cualquiera de los dos casos, y también en el de Lula, es improbable que los partidarios más férreos pierdan su fe, porque, ante todo, les dieron ánimos y esperanzas (y subsidios) cuando la clase política los había desilusionado. ¡Esa es la gracia del populismo!