La destreza para crear imágenes de contundente fuerza descriptiva, sumada a un ágil y dinámico modo de narrar que aumenta de intensidad cuando se representan escenas rayanas en el horror o en lo espeluznante, sorprende desde los primeros párrafos de Ecos , novela recientemente publicada por Alex Saldías (Santiago, 1993). La disposición que manifiesta el narrador para detenerse en detalles o para desmenuzar los pormenores de los episodios no debilita el desarrollo de los acontecimientos; contribuye a la fuerza con que determinadas imágenes golpean la sensibilidad del lector. Habría que anotar, eso sí, que el texto que tenemos entre manos es el resultado de varios esfuerzos narrativos anteriores y que, a pesar de eso, su lenguaje todavía exhibe algunas imperfecciones. Entre otras debilidades sintácticas encontramos muchas repeticiones de nombres, defectuosas correspondencias de los tiempos verbales y, a veces, una exuberancia narrativa que las peripecias relatadas no siempre justifican. Pero ciertamente ello no afecta la eficacia del contacto que el texto establece con su lector.
Ecos es un relato que avanza de lo real a lo posible. Comienza a fines del siglo XIX y termina en varios momentos de un futuro imaginario situado más allá del año 2020. Pero hay algo que no cambia con el paso del tiempo: el desconocimiento de la raza mapuche y como consecuencias, el temor y sobre todo el odio que fuerzas racistas han proyectado sobre ella y sobre quienes, de una forma u otra, intentan protegerla. La historia se abre con un sombrío recuerdo de nuestra memoria colectiva: las circunstancias que condujeron a las matanzas de los selknam a manos de los aventureros europeos que llegaron a Tierra del Fuego durante el siglo XIX. Los diálogos y comportamientos de estos personajes, entre los que se cuenta el tristemente célebre Julius Popper, revelan las razones que condujeron a la extinción de esa raza: ambición, codicia, racismo y en no menor grado ausencia de entendimiento recíproco, esa incomunicación radical y de trágicas consecuencias entre yo y los otros que estudió en su momento Tzvetan Todorov. El genocidio relatado en este capítulo es el tenebroso anuncio del destino que espera a la raza mapuche en los años siguientes, muy bien simbolizado, además, en los encabezamientos de las dos partes del relato: "Gritos" y "Ecos".
El discurso de Ecos se desenvuelve de manera veloz, sin reflexiones que lo alejen de la narración propiamente tal. Las únicas son las que cruzan la mente de los personajes. El narrador asume de manera impecable su responsabilidad de observar y describir. A pesar de la rapidez con que se suceden, las peripecias conservan un orden interior que evita posibles confusiones de lectura. Después del genocidio inicial, la historia salta a los años de mil novecientos ochenta y se concentra en las experiencias de drogas, sexo y sangre de una lunática comunidad que trata de revivir fuerzas ancestrales obedeciendo a la "grotesca imaginación" de Fernando Curimán, el Hermano Mayor. Una vez disuelto el grupo, el narrador fija su atención en uno de sus integrantes de nombre Bastián, pero convertido ahora en Ian, un camionero que oculta su condición de mercenario al servicio de demoníacos poderes racistas que pretenden destruir de una vez por todas a la raza mapuche. Ecos se cierra finalmente en un futuro posible con la historia de los dos hijos de Ian, cuyo destino constituye la coda trágica del conflicto que se ha extendido a lo largo de sus páginas anteriores.
El lector no debe buscar objetividad de la mirada en la novela de Alex Saldías. La perspectiva de su narrador queda establecida inequívocamente en las primeras escenas de la historia. Es una voz que se identifica y solidariza con las víctimas del relato y crea así un mundo de oposiciones inflexibles que no necesita de propaganda para mostrar la recurrencia de la maldad en nuestra historia moderna.