No hay nada como una de ellas para despejar los conductos psíquicos; es como acelerar el auto detenido, haciendo rugir los motores hasta que el tubo de escape vibra frenético como el de un órgano catedralicio a punto de hacer explotar los vitrales; o como una escandalosa tosida y carraspeada para limpiar los bofes por la mañana: queda uno cristalino y feliz. Y motivos para rabiar no faltan, bendita sea. "¿Que cuál es el mejor restorán de Santiago?" -"me, me, me, me"-, y "¿Qué cocina es mejor, la francesa o la china?". Caramba los majaderos. Con razón el Eclesiastés dice en el primer capítulo que el número de los imbéciles es infinito ( "stultorum numerus infinitus" ). Enterarse de ello por tan autorizada fuente es un alivio y una venganza.
Con ser tan benéficos los efectos de la furia e indignación, se da el caso que no se puede comer en ese estado. No, señor. A las tareas de oler y de mascar lo que les viene bien es la dulzura y paz bovinas, con la mirada perdida en los paisajes y una música acariciante en las orejas. Lalande, Lully, Telemann y muchos otros compusieron astutamente "musique pour la table du Roi" y "Tafelmusik" que inducían relajo y optimismo. Cosa que no logran, por cierto, esos comederos modernos, generalmente a media luz, con el infernal "pom, pom" de una música atronadora y africana que impide toda comunicación.
Suelen amenizar los banquetes también con coloridos y folclóricos bailes, género ultra difícil, es cierto. Recordamos con furia una comida en que los mismos gaznápiros bailaban cuecas disfrazados de huasos; vestidos luego de pascuenses meneaban caderas y pelvis sin control del cerebro, y embobinados en lanas zapateaban, finalmente, feroces valses chilotes. En cambio, en México nos presentaron, en una ocasión, unas jovencitas muy tapatías que, más que bailar, giraban haciendo figuras con sus enormes faldas multicolores, mientras unos bien atiplados violines y trompetas hacían lo suyo muy cumplidamente. Y todo eso en un patio conventual reducido a hotel, con su cantarina fuente de agua al medio y armoniosos claustros al rededor... Con esta amenidad comíamos felices unas crepas del tiempo del Emperador Maximiliano y un pescado a la veracruzana tan picante que casi nos despellejaba los morros.
"A propos": en una pasada por Acapulco nos dieron unos camarones excelentes. Hételos aquí.
Camarones Acapulco
Pele ½ k de camarones. Machaque las cáscaras en un mortero y cuézalas 20 min con 2 tazas de agua. Cuele el líquido y hiérvalo hasta reducirlo a 1 taza. Derrita 4 cdas de mantequilla, agregue 2 ajos picados y ¼ taza de perejil picado. Rehogue 2 minutos. Agregue 2 tomates pelados, trozados, sin pepas. Hierva hasta que la mezcla espese. Agregue el líquido reducido, 1 cda de concentrado de tomate, 1/3 de taza de cognac, sal, pimienta. Hierva 5 minutos y añada los camarones. Hierva 2 minutos más, hasta que los camarones estén rosaditos. Sirva con arroz.