En los capítulos anteriores, Jesús ha hecho ya su primer milagro en las bodas de Caná (Juan 2), su prestigio lleva a Nicodemo a buscarlo para preguntarle por el reino de los Cielos (Juan 3), después cura a un niño, un paralítico (Juan 4 y 5) y comienza el capítulo sexto con la multiplicación de los panes y las multitudes buscan a Jesús.
En Cafarnaún, "los judíos comenzaron a murmurar de él por haber dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo... ¿No es este Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre?" (Juan 6, 41-42).
Pero Jesús da un paso más cuando afirma que ese pan es su cuerpo: "¿Cómo este puede darnos a comer su carne?" (Juan 6, 52). No corrige esa conclusión a la que han llegado y vuelve a decirlo con más claridad: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida" (Juan 6, 54-55).
Quizás algunos pensaron que se repetiría esa escena de la barca cuando los discípulos llevaban un solo pan y Jesús les advierte de estar atento a la levadura de los fariseos y saduceos (Marcos 8, 14-16), ellos creen que les llama la atención por no traer pan.
Pero no hay nada que aclarar, es así: su "carne es verdadera comida, y su sangre es verdadera bebida". No es una imagen o un símbolo, es tal como lo escuchan.
Las palabras del Señor escandalizan a un grupo importante de sus seguidores (Juan 6, 61) y así queda consignado: "Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?" (Juan 6, 60). El ambiente se sigue cargando con la incredulidad, algunos pierden el pudor y lo dicen abiertamente moviendo a otros que se han contenido. Y pasamos de la murmuración a los hechos: "Desde ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él". (Juan 6, 66). Se produce el primer cisma.
Leyendo la escena, a uno le dan ganas de entrar en esas páginas y hablar con esos hombres y mujeres, y detener la estampida.
¿Cómo vas a echar todo por la borda? Si tú has sido testigo de milagros, has comido de los panes y peces que Jesús multiplicó milagrosamente. ¿Y ese niño que fue curado y el paralítico que ahora camina, no te dicen nada de Jesús, de su divinidad?
Y en ese empeño por hablar con cada uno de esos discípulos que se marchan, los argumentos parecen tan razonables, claros y coherentes, pero no hacen mella en sus cabezas: "Hay algunos de vosotros que no creen" (Juan 6, 64). Y nos acordamos de esas palabras tan sabias: para creer, hay que querer creer... y no quieren.
Esta escena se repite hoy en muchas personas que escuchan a Jesús cabeza de la Iglesia y les parece "dura esta enseñanza".
Se parte por decir: creo en Jesús y no en la Iglesia, separando al cuerpo de su cabeza: la voz de Jesús ha tenido en las últimas décadas un acento italiano, polaco, alemán y ahora porteño.
Y cuando se dan cuenta de que no pueden hacer esa separación, se encuentran frente a frente con Jesús y seleccionan esta "dura enseñanza": no creo en esto, pero en esto otro, sí, y en esta y también en esta. Es la fe de supermercado, donde cada uno elige lo que cree y hace su "bolsa ecológica religiosa".
Si la fe fuera un texto doctrinal, un texto de moral o una historia de salvación, yo podría seleccionar y decir: creo en esto y en esto no. Pero la fe no es depositar tu confianza en algo, sino en alguien: "nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios" (Juan 6, 69). A una persona si le crees, le crees todo; si te saltas algo finalmente no le crees: "Hay algunos de vosotros que no creen". (Juan 6,64)
Los que se marchan, por lo menos, son coherentes, no le creen a Jesús ni a la Iglesia. En cambio, el que selecciona no cree en Jesús, aunque crea que le cree. Su conversión es mucho más difícil. Volver es arrepentirse, superar la dureza de corazón y decir con Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Juan, 6,68).
"Desde ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: '¿También vosotros queréis marchaos?'. Le respondió Simón Pedro: 'Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios'".(Juan 6, 66-69)