Las palabras "riqueza" y "pobreza", como casi todas las del lenguaje humano, tienen un componente importante de ambigüedad, se las usa para significar realidades distintas aunque relacionadas, lo cual acrecienta la confusión que puede generar el emplearlas sin cautelas.
¿Somos un país más "rico", hay menos personas y hogares "pobres", la "pobreza" desciende significativa y sostenidamente en los últimos años? Sí, es posible responder rotundamente que sí y es estupendo poder hacerlo. Es una noticia muy buena, sin duda, y no me gustaría restarle méritos, pero mi cabeza tortuosa me aguijonea con la pregunta de si acaso no hay algún género de riqueza y pobreza que esté quedando fuera de todo el debate.
No me refiero a la riqueza "espiritual", tan difícil de aquilatar y respecto de la cual las generaciones presentes suelen incurrir en "la falacia retrospectiva": pensar que la gente de antes era espiritualmente mejor -más culta, educada, proba, caballerosa, caritativa, etcétera- que la de hoy. La historia de la cultura está jalonada de periódicas "edades de oro" del espíritu, falsas idealizaciones efectuadas en el presente de un pasado igual o peor a ese presente.
Con todo, sin ir más allá del ámbito de los bienes que proporcionan bienestar material, del dinero y las mercancías, existe una antigua idea que define al rico y al pobre, no según la mayor o menor acumulación de esos bienes, sino según el grado de libertad que establezca ante esa "posesión". Un individuo que ha acumulado una gran cantidad de cosas -y es muy rico según criterio usual- puede ser una persona paupérrima según esta tradición, porque se ha convertido en un siervo de ellas y no puede alcanzar sosiego mientras no acumule siempre más. Al contrario, de acuerdo con esa misma tradición, puede ser muy rico, aunque se posean pocos de esos bienes, si es señor de sus haberes, puede disfrutarlos, desprenderse cuando le plazca, vivir con menos o con más, porque no se halla aferrado a su posesión como por una cadena.
Acumular dinero por acumular es un mal síntoma, lo cual explica la figura del filántropo, un rico en busca de esta otra riqueza. Pero si esta es buscada con devoción, sostenida con codicia insaciable, incluso en una escala menor, es una forma particularmente severa de pobreza y, al revés, el desasimiento insensato y generoso de las cosas materiales, una forma no poco noble de riqueza. Es posible dar, así, con un rico o más rico -porque ha aumentado la posesión de bienes materiales- pobre o más pobre. Y, aquí viene la opinión de esta columna de opinión, porque lo dicho antes era un brochazo de historia del pensamiento moral: de estos últimos pobres en Chile ahora hay muchos, muchísimos más.