El menor de los hijos hombres de Johann Sebastian Bach, Johann Christian (1735-1782), nació cuando este ya estaba en los 50, y la música que compondría fue muy distinta a la de su padre; también fundó cruciales ideas del naciente clasicismo: una escritura menos texturosa, con melodías distinguibles sobre un acompañamiento, y la novedad de formas puramente instrumentales para presentarse en una sala, no en un salón, como la sinfonía. Conocido como el "Bach de Londres", ciudad en la que vivió desde 1762 y en la que asentó su carrera, Johann Christian redactó varias series de sinfonías, muchas de ellas seminales. Una de las primeras producciones, la Nº 6 del Op. 3, en Sol Mayor, sirvió como una lógica apertura del concierto de obras clásicas que ofrecieron el director Nicolas Rauss y la Orquesta de Cámara de Chile en el Teatro Oriente de Providencia, el jueves. Rauss hizo que el conjunto respirara la ligereza característica y supo llevar también la seriedad melancólica del Andante central, que sonó inspirado, incluso contra la acústica todavía mezquina del Oriente, lleno casi a tope.
Siguió el Concierto para violín Nº 4 (1775) de Mozart, declarado admirador de este Bach hijo. Con un comienzo que arpegia (otro gesto típicamente clásico) el Re Mayor en que está escrito, este concierto es más bien conciso en la orquesta, pero muy complejo en la parte del violín, en esta versión a cargo de Bastián Loewe. El solista mostró dominio y su entrega se escuchó consciente y hasta impetuosa, especialmente en las cadenzas, muy buenas. Como agradecimiento a los aplausos, Loewe tocó el Largo de la Sonata Nº 3 de Bach padre.
En contraste vino luego "Kamarinskaya" (1848), de Mijaíl Glinka, una partitura que sin quererlo, como explicó el director, se convirtió en una piedra filosofal de la música sinfónica rusa. Las dos canciones populares en las que se basa sonaron aquí animosas, con el excelente clarinete de José Chacana en su lucimiento protagonista.
Para el final, la Sinfonía Nº 80 en Re Menor (1784) de Haydn, que exhibe un clasicismo tan maduro, que puede mirarse al espejo con humor: el primer movimiento, Allegro spiritoso , parte energético, heroico, con gran trémolo en las cuerdas; pero de un segundo a otro aparece un tema despreocupado, bailable, y que además dura apenas ocho compases; un silencio incierto y vuelta al drama. Exquisito. Rauss y la Orquesta de Cámara de Chile hicieron notar que a Haydn le gustaba jugar con las expectativas de sus oyentes: esta sinfonía está sembrada de sorpresas en la armonía, el volumen y el ritmo; son giros que parecen desafiar su propio lenguaje y, al mismo tiempo, lo fundamentan.