Llevamos varias semanas escuchando el discurso del "Pan de Vida" del capítulo sexto de San Juan. Es un texto que nos entrega uno de los mensajes más profundos del Señor. Al presentar su propuesta del Reino, lo primero que propone es compartir lo que somos y tenemos. Así, con cinco panes y dos peces alimenta a más de cinco mil personas, incluso sobran doce canastos llenos. Luego se presenta él mismo como el Pan de Vida bajado del cielo. No es la antigua ley, representada por el maná que alimentó a sus padres en el desierto, la que produce vida en el hombre, sino que es su misma persona la que nos da vida eterna. Seguirlo a él es adherir a su persona y dejarse transformar por su presencia. Él es la fuente de la vida.
Hoy, el Evangelio da un paso más y presenta la Eucaristía, la Santa Misa, como el signo más propio de esta adhesión a Cristo: es el signo de la unión con la vida de Cristo, asimilar su enseñanza y su persona. Hemos heredado una relación más bien devocional con la Eucaristía, donde a veces esta se reduce a una experiencia íntima. Pero el texto habla de comer su carne y beber su sangre. Estos son términos que hablan de la totalidad de la vida que es entregada. La invitación es a acogerla con la misma radicalidad. El Señor habla de comer su cuerpo, de masticar: es la adhesión total, la asimilación de la vida de Cristo. El discurso del Pan de Vida nos abre a este misterio fundamental, donde la vida eterna del Padre, que ha sido donada a su Hijo, nos es dada también a nosotros. Nos hacemos uno con Cristo, y es su Espíritu el que recorre nuestra vida y la plenifica.
Y esto trae una consecuencia muy importante: la unión con Cristo significa también unión entre nosotros. En la Eucaristía somos uno con Dios, y al mismo tiempo formamos entre nosotros un cuerpo donde un mismo Espíritu nos hace vivir en profunda comunión. Todo esto puede sonar muy teológico, pero es muy concreto. Cada domingo, cuando participamos de la misa, experimentamos esa íntima y profunda comunión con Dios, pero al mismo tiempo entramos en profunda comunión entre nosotros. Y esto nos impulsa a salir al encuentro del otro en la caridad, buscando todos ser parte de este Reino de Dios instaurado por Cristo.
En este tiempo complejo que vivimos como Iglesia chilena, al mismo tiempo que experimentamos una profunda perplejidad frente a situaciones horrorosas ocurridas, sentimos un consuelo profundo cada domingo en que partimos juntos el pan y nos reconocemos, en la Eucaristía, como familia en Dios. Ahí volvemos a la unidad que tendemos a perder producto de los escándalos. Así yo lo experimento como sacerdote. Seguramente, muchos tienen la tentación de apartarse, de rendirse y de optar por una búsqueda más personal del Señor. Se entiende frente al dolor y rabia por lo que estamos viviendo. Pero esto lleva consigo una gran pérdida. La experiencia de Dios en Cristo es necesariamente un encuentro entre nosotros. Y la Eucaristía es la más plena expresión de esta unión entre nosotros en Cristo. Privarse de ella es restarse del alimento fundamental de la vida cristiana: el encuentro con Cristo y el encuentro entre nosotros.
"En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: 'Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre'".(Juan 6, 51)Seguramente, muchos tienen la tentación de apartarse, de rendirse y de optar por una búsqueda más personal del Señor. (...) Pero esto lleva consigo una gran pérdida. La experiencia de Dios en Cristo es necesariamente un encuentro entre nosotros.