"El problema es que tengo un complejo de inferioridad terrible", dice alguien para explicar por qué no habló a tiempo, por qué no pidió, por qué no demostró la rabia, por qué obedeció e hizo lo que no quería.
Los sentimientos de inferioridad y la búsqueda por sentirse superior son universales, y es un error partir de la base que todos los hombres son iguales. Superarse no debería ser en competencia con otros, sino en relación a nosotros mismos. Eso requiere un conocimiento básico de nuestras propias habilidades. En situaciones similares, algunos fallan y otros aciertan.
Si miramos a los niños, vemos que no hay una sola forma de reaccionar. Responden según su individualidad. Buscan sentirse bien, buscan tener éxito y completar la acción que los haga triunfar en su deseo de recoger un juguete, hacer andar un autito, bajarse de una silla, por ejemplo. Es maravilloso observar la manera como cada niño se aproxima al éxito de conseguir lo que quiere. Y eso nos revela que las particularidades y variaciones en cada ser humano son enormes. Porque las metas son distintas. Los adultos creemos saber cómo superar una imperfección, pero los niños no lo saben, y nuestra explicación no sirve porque los prototipos genéticos, físicos, son distintos también en la manera de aprender.
La arrogancia, la impertinencia y la necesidad de pelea constante son señales ya en los niños de un complejo de inferioridad en formación. Es habitual que aprendan a compensar ese sentimiento. Por eso buscan situaciones donde les va bien, donde no fracasan. Y eso es lo que va desarrollando lentamente el equilibrio necesario para adaptarse y tener éxito en situaciones sociales, que van del trabajo al amor. Es como si la naturaleza humana necesitara y supiera aprender a compensar para triunfar. La acumulación de pequeños triunfos va compensando el sentimiento de impotencia que genera la sensación de fracaso y la inseguridad.
De ahí la importancia de no juzgar y reprimir los intentos de los seres humanos por compensar. Es adaptativo.
No existen los complejos, sino los miedos, las torpezas, la necesidad de adaptación, la búsqueda normal de ser aprobado y exitoso en lo que hacemos. Existe el dolor ante el fracaso y la necesidad de compensar.
Lo único patológico o desadaptativo es paralizar el desarrollo y escondernos.