La murmuración (pelambre, rumor) está a la orden del día en nuestra sociedad; también en la de Jesús. El Evangelio de este domingo se inicia relatando cómo el Señor sufre la murmuración por parte de los judíos. El "pelambre" que se difundía era que Jesús era un paisano más, que era el hijo de José y miembro de una familia cualquiera. Se le descalifica porque no estaba socialmente a la altura de la pretensión de la elite de ese entonces.
En el fondo, el "pelambre" es contra la persona para descalificar lo que enseña.
¡Nada nuevo bajo el sol! El "pelambre", la crítica mordaz, el juicio temerario o infundado, así como la simple murmuración, son la "sustancia" de muchas de nuestras conversaciones y, en no pocas ocasiones, tristemente son la "fuente" de nuestro conocimiento, de las cosas que pensamos y juzgamos.
Sin duda, estamos conscientes de este mal que enferma a nuestra sociedad. No creo exagerar al decir que los rumores nos esclavizan en medias verdades, nos ocultan el verdadero rostro de las personas y nos insertan en una cultura de "elite", donde todo aquel que es distinto no cabe. En último tiempo, este mal se resume en una frase: ausencia de caridad.
¿Cómo podemos superar esta "patología" que debilita a las familias, a los grupos de amigos, a los ambientes laborales, a la Iglesia, a la opinión pública y, en general, a todo el tejido social?
Para un cristiano algo esencial es no propagar los rumores. No es tarea de uno llevar a las "mesas" eventuales situaciones de los demás y ventilarlas; más aún si no tenemos certeza de las mismas. Somos llamados a custodiar la dignidad del hermano, su intimidad, lo que en ningún caso significa hacer caso omiso de sus debilidades, sino ser capaces de trabajar juntos por la dignidad y el respeto de los demás, incluso de aquellos que han errado gravemente en la sociedad.
También ayuda a debilitar la murmuración y al pelambre el decir las cosas de frente y a quien corresponda. Esto, que tantas veces nos cuesta, es una condición que permite vivir en una sociedad sana. Resulta fácil "hablar del otro sin el otro", porque no asumimos la responsabilidad de enfrentarlo. Quizás por eso, muchas veces, la murmuración esconde cobardía.
Nos ayuda a sanar este "cáncer" ejercitarnos en descubrir el bien que hay en el hermano para ser artesanos de caridad. Reconocer en el otro a Cristo posibilita descubrir lo mejor que hay en él, educa a la sociedad en un espiral de relaciones sanas y genera espacios de auténtica confianza.
Esta propuesta no pretende esconder o eludir que seamos distintos, sino que simplemente implica tratarnos con respeto. Sin ese trabajo permanente y cotidiano de cada cristiano el "pelambre" y el murmullo -que "aportillan"- marcarán nuestra agenda. Quizás la imagen resulta brutal, pero si no extirpamos el tumor del "pelambre", sus metástasis nos terminarán matando.
Estoy seguro que cualquiera que esté leyendo esta columna puede reconocer dónde y cuándo murmura, dónde critica mordazmente o cuándo "canoniza" los rumores denostando al hermano. Es el tiempo de cambiar, de empezar a construir, de amar al "prójimo como a nosotros mismos".
El Evangelio hoy nos interpela.
Dejemos el murmullo, callemos los rumores y esforcémonos por vivir la caridad que ve siempre en el prójimo -en cualquier prójimo- a un hermano, a Cristo.
"En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: 'Yo soy el pan bajado del cielo', y decían: '¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?'".(Juan 6, 41-42)