La época en que los mitos -aquellas historias originarias que separan lo sagrado de lo profano, señalan una secuencia de actos que, al ceñirse a ellos, permiten al individuo vincularse con lo absoluto, y son capaces de conceder un sentido perenne a un momento, un episodio o a la existencia entera individual o colectiva- moldeaban la vida se encuentra lejana y es apenas audible. Chile es una tribu que marcha tambaleante, sin mitos, al parecer, que la integren y señalen una dirección. Pese a todo, hay uno de esos grandes relatos que sobrevive en medio de una vasta y esteparia incredulidad, quizás porque convergen en él la cultura dominante, la del conquistador, y la cultura de los conquistados, la de los pueblos originarios, en un caso de poderoso sincretismo.
Ese mito relata la existencia, más allá de este mundo cotidiano, más allá de lo visible y lo tangible, de una mujer que no nació como nacieron todas las mujeres y no dio a luz como dan a luz todas las mujeres; una figura femenina que es, a la vez, madre y virgen. Según ese mito, a esa gran Señora, madre de todas las madres, fuente de toda la fertilidad, principio inagotable de vida, podemos recurrir suplicantes, peregrinando a ciertos lugares donde esta Señora se manifiesta intensamente, porque en el mundo de los mitos el territorio no es uniforme, sino que hay puntos dentro de él por donde brota una energía más fuerte. Ese mito, "el mito mariano", que adopta numerosas facetas, sigue estando vigente en el mundo popular, fruto de ese encuentro de culturas que le ha dado una sobrevivencia y vitalidad sorprendentes, incluso cuando las iglesias cristianas protestantes, que han crecido tanto en los últimos 30 años, son particularmente hostiles a él. Así, los antropólogos chilenos le conceden importancia central en la configuración de nuestra cultura, aunque definen y valoran su aporte de distintos modos.
El próximo 15, que es feriado nacional, se celebra la apoteosis de ese mito: esa Señora, la señora y madre de todos, no murió como todas la mujeres mueren, sino que se "elevó" desde el mundo terrenal al supraterrenal -es "la Asunta"-, un elemento espectacular y de una simbología múltiple, que no corresponde examinar con criterios históricos de verdad o falsedad.
Mientras la ceguera de cierta mentalidad moderna, portadora de una racionalidad tosca, incapaz de entender la naturaleza y función esencial de los mitos en la vida de los pueblos, frunce el ceño y clama por la supresión de todo componente simbólico de lo social, en muchas localidades, y también aquí, en este pequeño pueblo del Maule, jinetes y grupos engalanados atravesarán los caminos, repitiendo un rito ancestral.