La reciente decisión de Moody's de bajar la clasificación de riesgo de Chile no debe dejarse pasar sin reflexión. El año pasado ya lo habían hecho S&P y Fitch. Moody's decide en forma similar hoy, a casi cinco meses de inaugurado el segundo gobierno del Presidente Piñera. A pesar de estas rebajas, la clasificación de riesgo de la deuda soberana chilena -según Moody's A1- es mejor que la de todos los países latinoamericanos y equivalente a la de China o Arabia Saudita.
Vale la pena destacar algunos aspectos del análisis efectuado por dicha agencia que el Gobierno debiera considerar. Chile tenía una clasificación superior a la que corresponde a su ingreso per cápita, por la especial solidez del fisco, que era acreedor neto. Esa solidez se perdió paulatinamente, y más allá de la discusión de cuándo se inició el deterioro, la agencia observó una dificultad para acomodar las aspiraciones y presiones de gasto público legadas en leyes y exacerbadas por el gobierno anterior. Todo ello, en un contexto en que no percibe una aceleración del crecimiento de largo plazo más allá del 3% anual.
Esta percepción no es solo propia de Moody's, quien según sus dichos esperó un tiempo para analizar si el nuevo gobierno daba señales de poder resolver el dilema de las aspiraciones crecientes en un ambiente de progreso más modesto. Parte importante de los agentes económicos, cuyas expectativas han ayudado a la recuperación de la economía, tienen la misma inquietud, y si bien anhelan que las esperanzas que sustentan sus expectativas sean justificadas, aún no se sienten seguros de que se hagan realidad.
El Gobierno debe esforzarse más para convencer en este aspecto. La percepción de un agente externo al devenir político debiera ser un incentivo adicional. Nadie pone en duda la recuperación de corto plazo que está experimentando la economía. El Imacec de mayo y junio, de 5,9% y 4,9%, corroboran esa percepción. El Gobierno elevó a 3,8% la proyección de crecimiento para este año y varios analistas proyectan una cifra cercana al 4,0%. El último dato de desempleo muestra un alza al 7,2% en el último trimestre móvil, pero en la información subyace un mayor dinamismo del empleo privado asalariado, lo que lo hace menos negativo.
Es difícil descartar que estas mejores cifras se deban principalmente a un fenómeno cíclico, un rebote tras cuatro años de estancamiento. La inversión se proyecta creciendo -4,5% este y el próximo año-, pero ello sucedería después de cuatro años de caída sistemática.
En el pasado, luego de períodos menos dramáticos de disminución de la inversión, esta ha crecido a tasas cercanas al 20% como precursor de un nuevo período de crecimiento acelerado. El ambiente antiprogreso, y las medidas que audaz y aceleradamente adoptó el gobierno anterior para seguir su ideología, han afectado seriamente nuestro potencial.
El fondo de esa visión ideológica queda claro cuando personeros del gobierno anterior desfilan en eventos como el Foro de Sao Paulo, donde se valida a Cuba, Nicaragua y Venezuela. La propia ex Mandataria no pierde oportunidad de expresar su animadversión a una economía de mercado competitiva que tan adecuadamente sirvió a la mayoría de los chilenos para mejorar su nivel de vida.
Mientras la autoridad no demuestre comprender ese deterioro con dichos y acciones, sus partidarios y aquellos que sostienen el impulso de progreso actual con sus expectativas no actuarán con el convencimiento profundo de que se inicia un nuevo ciclo de progreso.
En su primera gestión, la ex Presidenta legó un Transantiago mal concebido, cuyos costos económicos los pudo sobrellevar una economía que crecía y un fisco muy solvente. El lastre de gasto y barreras al progreso que ahora dejó como herencia es de otra dimensión. Solo será posible salir del zapato chino que ahoga a la economía chilena modificando lo realizado en áreas tan complejas como gratuidad en educación superior o normas laborales, de la mano de una estrategia que acelere el crecimiento bastante más allá que el 3% en el largo plazo que hoy los terceros visualizan. El Gobierno debe hacer más esfuerzos para convencer que encontrará una salida en este laberinto.
Afortunadamente, es posible prever que el mundo será favorable para apalancar el desarrollo en el horizonte mediato. Es cierto que existen inquietudes -la agresividad del Presidente Trump en materias comerciales y los posibles efectos de una inédita normalización de políticas monetarias-, pero aun así la economía muestra un gran dinamismo. El segundo trimestre, medido a PPP el mundo habría crecido un 4,1% al igual que Estados Unidos. Ese mejor ritmo de progreso se mantendrá en los trimestres que vienen, con una mayor sincronía en los países desarrollados.
Para estimar el impacto de la estrategia comercial de Estados Unidos, sobre la cual existen fuertes inquietudes y mucha prensa, es preciso intentar entender cuál es la motivación del Presidente Trump. Mejorar su posición política, lograr que el comercio americano tenga un mejor trato, o simplemente no cree en los beneficios del comercio internacional. Solamente en este último caso se podrían esperar resultados más impredecibles, pero las facultades del Presidente en Estados Unidos son limitadas.
Los cambios arancelarios realizados se basan en una facultad que autoriza al Presidente a tomar decisiones por razones de seguridad nacional. Se ve complejo que por esa vía pueda llegar demasiado lejos. Es por ello que el impacto directo en la economía mundial de una estrategia arancelaria agresiva de Estados Unidos es negativo, pero limitado. La amenaza máxima que ha hecho el Presidente Trump a la fecha impactaría en US$ 800 mil millones de importaciones, que incluyen el comercio total con China y los automóviles. Hasta el momento, se ha afectado un total que no excede US$ 50 mil millones, menos del 2% de las importaciones totales y solo el 0,3% del PIB.
Desafortunadamente, los efectos indirectos de la incertidumbre pueden ser mayores. Si se mantienen en el tiempo, llevarán a muchas empresas a detener sus inversiones mientras se despeja el camino. Es alentador que se haya logrado una paz temporal con Europa y surjan nuevas esperanzas de un acuerdo en el NAFTA. Con China, sin embargo, desde donde Estados Unidos importa US$ 500 mil millones y exporta US$ 130 mil millones, la presión se ha mantenido y reforzado.
La inédita normalización monetaria, que ya inició la Fed, también genera diversas inquietudes. Entre ellas, que la elevación de las tasas de corto plazo provoca que estas se vuelvan muy similares e incluso superen a las de largo plazo, escenario que se denomina inversión en los rendimientos. En las últimas décadas, este fenómeno ha sido acompañado de una recesión en el futuro inmediato. Aunque la historia muestra que es peligroso decir esta vez será diferente, el hecho de que aún se mantengan condiciones muy expansivas en Europa y Japón avala la convicción de que al menos en el mediano plazo no hay una recesión
ad portas.
El Gobierno se fijó como desafío relanzar el crecimiento. La oportunidad la tiene, aunque las dificultades son muchas. Es conveniente que tome nota que para los observadores externos y numerosos agentes internos aún no ha dado pasos suficientes para convencerlos de que será exitoso.