Con obras de Ravel, Mozart y Stravinsky, y bajo la conducción de Francisco Núñez, se presentó el viernes la Orquesta de Cámara de Chile en el Teatro Municipal de Ñuñoa.
Es arriesgado entrar de sopetón con "Le tombeau de Couperin", de Ravel, para comenzar un concierto. Particularmente el
Prélude inicial es como una tienda de frágiles
bibelots de cristal y porcelana, y cualquier descuido puede ocasionar, al menos, trizaduras. Los solistas instrumentales de cada familia cumplieron su cometido individualmente pero faltó ensamblaje para hacer transparentes los mecanismos de relojería ravelianos. La lectura se afianzó a partir de la
Forlane, ejecutada con gracia y capricho, y culminó en una exultante versión del
Rigaudon final.
A Ravel le siguió una excelente versión de la Sinfonía nº 33 K. V. 319, de Mozart. Con esta sinfonía, el compositor entró de lleno en la madurez de su mirada sinfónica y pavimentó la senda que lo condujo a joyas como la Sinfonía "Linz" (nº 36), la "Praga" (nº 38), y los portentos de sus últimas tres sinfonías (39, 40 y 41). La interpretación fue óptima: clara en planos dinámicos y articulaciones, precisión rítmica y diseño formal. La orquesta y su director realizaron una gran entrega.
Así como Ravel dio una mirada al pasado en su
Tombeau de homenaje al compositor barroco François Couperin, Stravinsky hace lo propio en su ballet "Pulcinella", pero las estéticas son radicalmente distintas.
De los 18 números originales del ballet, Stravinsky deja 8 para la Suite de 1922, que fue la obra escuchada en el concierto. Palabras de Stravinsky: "Pulcinella fue mi descubrimiento del pasado, la epifanía a través de la cual todo mi trabajo tardío se hizo posible. Era una mirada hacia atrás, por supuesto, la primera de muchas relaciones amorosas en esa dirección, pero fue una mirada en el espejo, también". Basado en las aventuras del personaje de la
commedia dell'arte, Stravinsky toma música de compositores del siglo XVIII (entre ellos, Pergolesi, supuestamente), y da origen a una música híbrida en que los giros dieciochescos, aquí y allá, ven alterados sus ritmos y armonías originales y exploran un tratamiento tímbrico deliberadamente "desorganizado", que busca la individualidad de los instrumentos (particularmente los vientos) antes que el empaste. La obra progresa de chascarro en chascarro, con momentos de gran belleza que alternan con otros, grotescos y jocosos, como el
Duetto de trombón y contrabajo. Núñez demostró su dominio de la partitura y su gestualidad, certera y eficaz, encontró una gran respuesta de la orquesta.