Fue una noche inolvidable. En su debut en América Latina y en la cima de su carrera, la artista derrochó encanto y medios vocales incombustibles, en un recital donde abarcó un repertorio amplísimo, desde arias de "La fuerza del destino" (Verdi) a canciones líricas de gusto popular como "O sole mio" (Di Capua). La acompañó su marido, el tenor azerbaiyano Yusif Eyvazov, que conquistó al público con su agudo generoso y su carisma personal.
El primero en entrar a escena fue el director italiano Jader Bignamini, al frente de la Orquesta Filarmónica de Chile, para introducir el famoso "Brindis" de "La Traviata" (Verdi); acto seguido, por uno y otro lado del escenario aparecieron los cantantes. La fiesta ya estaba lanzada, con la soprano luciendo voz y personalidad, y él, entregándolo todo.
Resplandeciente, con un vestido metálico y una gran diadema de pedrerías, Netrebko jugó todas sus cartas. Fue intensamente dramática en "Pace, pace mio Dio" (Verdi); coqueteó con el público y con la orquesta, en una versión extraordinaria de "Il bacio" (Arditi), donde ostentó trilli , coloraturas y sobreagudos, y se convirtió en Cio Cio San para el dúo final del primer acto de "Madama Butterfly" (Puccini), abreviado.
Yusif no es un cantante de su misma altura, pero es un buen tenor en un mundo donde voces como la suya escasean: canta con arrebato y, si bien su emisión es dispareja y se resiente en la zona central, nadie puede negar que sus agudos son impresionantes. No es un tenor de sutilezas, de manera que el difícil "Lamento de Federico" (Cilea) no fue del todo persuasivo, pero resolvió muy bien "Mamma, quel vino è generoso" (Mascagni). La primera parte incluyó una respetable ejecución de la obertura de "La fuerza del destino" y un fino "Intermezzo" de "Cavalleria Rusticana" (excelente trabajo de Bignamini), y culminó con "Tu che m'hai presso il cor" de "El país de las sonrisas" (Lehár), cantado a dúo y en italiano.
Anna Netrebko -vestida tras el intermedio de blanco, plumas y brillos- tiene una energía avasalladora y la calidad de su canto es asombrosa. Fascina al público; ataca las notas con resolución y hace parecer todo facilísimo; ejerce un absoluto control de reguladores y vibrato; despliega volumen en centros y agudos; sus graves están cada vez más consolidados, y colorea las frases de acuerdo al sentido musical y al estilo. Es increíble lo que hizo, por ejemplo, en el tránsito desde "Vissi d'arte" (Puccini), de recatada expresividad verista, a la explosión de altivez y atrevimiento de su "Heia, in den Bergen", de "La princesa de czardas" (Kálmán), donde hasta bailó. Lo mismo puede decirse de uno de los momentos más entrañables del concierto: "Kdyz mne stará matka" ("Canciones que mi madre me enseñó", de Dvorak), con pianísimos ensoñados y la voz perdiéndose.
Yusif, en tanto, se lucía con "Granada" (Lara), en un español más que solvente; "E lucevan le stelle" (Tosca), todavía sin la interioridad necesaria, y "Nessun dorma" (Puccini), con el famoso Si natural extendido hasta lo indecible. La orquesta y el excelente maestro Bignamini triunfaron con una suite de "Carmen" (Bizet) y, en especial, con el hermoso "Intermezzo" de "Manon Lescaut" (Puccini). "O soave fanciulla", el dúo de Rodolfo y Mimí de "La Bohème" (Puccini) cerró una noche feliz y emocionante.
El repertorio fue cambiado de orden respecto del programa impreso, y se excluyeron los anunciados "La vita è inferno all'infelice" (Verdi) y "Ebben, ne andrò lontana" (Catalani). Los encores fueron "O mio babbino caro" (Puccini), con Netrebko exhibiendo su prodigioso fiato y su saber decir; "No puede ser" (Sorozábal), con un apasionado Eyvazov, y "O sole mio", cantado a dúo y con doble remate. Nadie quería dejar el Movistar Arena, recinto que, aunque no tiene la acústica que se necesita para este tipo de música, sirve para que artistas de este tamaño puedan presentarse en Chile ante un público amplio: según datos de la productora Merci, 4 mil personas. Un aporte el trabajo de la ingeniera en sonido Loreta Nass.