Palabra medio pasada de moda, un poco literaria. Ahora usamos: contentos, estamos bien, todo andando, buena época..., etc. Quién habla ya de la alegría en nuestra vida cotidiana. Más bien, hablamos de la felicidad, que es la meta más buscada por el hombre y la más misteriosa. La alegría es uno de los muchos caminos que nos ayudan a ser felices. Es un estado de ánimo, o sea, un estado del alma, que se caracteriza por no ser ni tan duradera ni tan profunda como la felicidad, pero que es un estado maravilloso al que todos deberíamos querer acceder.

Es un sentido claro, aparente, sencillo, de agradecimiento de la vida. Nace en la parte más inconsciente de las personas y al hacerse consciente se va a la piel -la alegría es un asunto de piel- que, a pesar de su modestia, tal vez de su humildad porque no pretende permanecer, produce momentos largos y cortos que pueden parecer eternos, de extremado gozo y alegría. La alegría no siempre tiene razones, la felicidad sí. Esta falta de razón es una gran razón para cultivarla y cuidarla, porque puede ser una actitud capaz de sobreponerse a las circunstancias más adversas.

La historia, la con mayúscula pero también nuestra pequeña historia, requiere a veces de sentires que no están de moda, para acceder a la alegría. La conciencia del deber permanente es el peor enemigo. Por eso recurrimos al alcohol, a todo aquello que no parece razonable ni apretado, para atrevernos a sentir la alegría... la gratuita, la alegría porque sí. No la compra el dinero, una pena en estos tiempos que todo parece comprarse y venderse.

El Renacimiento incorporó la alegría como gozo de la belleza, en el óleo y el mármol. Después vienen muchos siglos de guerras donde la alegría era más un escape que un sentimiento verdadero. Y después, la razón, dueña y señora de nuestro siglo. La alegría no siempre tiene razones o no siempre sabemos cuáles son. Hay una forma de expresión de alegría que ayuda mucho a saber cuán verdadera es... la sonrisa. No la risa. Es interesante mirar a la gente en la calle, tratar de adivinar si hay alegría, ahí, en ese momento.

Ahora que está de moda el ahorro habría que tener pequeñas reservas de alegrías. Habría que tener un espacio de reserva con los recuerdos y momentos alegres, que nos permita traerlos de vuelta, por un instante. Hay que recuperar la alegría, la verdadera, que no es eufórica ni se hace notar. Es dulce y es sana.