Naguib Khalil, un musulmán suní británico llamado "el Asesino Incinerador", dado su particular hábito de quemar a las víctimas, es declarado no culpable por un inefable jurado londinense. Esto es demasiado para el detective Wolf Fawkes, quien, tras haber investigado concienzudamente los cargos, está tan convencido de su responsabilidad que, en presencia del juez y del público que colma el recinto del Old Bailey, se lanza encima del reo y trata de liquidarlo con sus propias manos. Cuatro años más tarde, Khalil se convierte en homicida en serie y solo como aperitivo, deja un espantoso Ragdoll (Muñeco de trapo) compuesto por diferentes partes de los cuerpos de siete personas, muy difíciles de identificar debido a las mutilaciones practicadas en cada una de ellas. Además, proporciona un listado de sus próximas fechorías, indicando el día y la hora en que otros siete ciudadanos serán ultimados. Los hechos, naturalmente, ponen en estado de alerta máxima a Scotland Yard y no solo a su departamento de delitos graves, sino también a diversas secciones del enmarañado sistema de la policía metropolitana. Se designa a un equipo presidido por Simmons, quien, a su vez, nombra a Wolf, a Emily Baxter, a Edmunds, a Finley y a otros calificados oficiales para que detengan la carnicería. Poco pueden hacer frente a la extraordinaria eficacia del psicópata, el cual burla todo el aparato del orden legal inglés, sabe de antemano los pasos de sus perseguidores y va dejando un reguero de occisos, cumpliendo con exactitud el cronograma que ha fijado. Asimismo, pone en jaque a todas las demás secciones que velan por la seguridad de los habitantes del Reino Unido, tales como las oficinas que protegen a testigos, los servicios de seguridad y espionaje, los que atienden a la gente en peligro y hasta el cuerpo diplomático, en concreto la embajada de Irlanda, donde nada gana con refugiarse uno de los candidatos a cadáveres. Muy amigo de la publicidad, Khalil entra en contacto con una cadena de televisión donde la periodista estrella es Andrea, ex esposa de Wolf, sin contar con la popularidad nacional y mundial que logra en las redes sociales. Así, los sucesos que protagoniza y las atrocidades que comete terminan por convertirlo en una figura de culto.
Todo esto es, desde luego, por completo inverosímil, y Ragdoll , primera novela de Daniel Cole, descansa básicamente en premisas ilógicas, irracionales, a veces imposibles de creer, pero tan eficaces y tan bien logradas desde el punto de vista de una novela negra, que seguimos fascinados una trama tirada de las mechas, aunque dotada de una receta infalible para captar nuestro interés: acción, acción y más acción. De este modo, los acontecimientos se precipitan sin cesar, las sorpresas se multiplican y llega un momento en que olvidamos la credibilidad para sumergirnos en una ficción truculenta en extremo, de un mal gusto inusual, aun cuando está construida en una forma tan inteligente que al promediar la lectura, olvidamos cualquier reparo para saber hasta qué punto va a llegar la inescrupulosidad de Cole y los recursos que muestra en Ragdoll .
El debut literario de Cole se caracteriza también por una inaudita cultura criminológica, por un conocimiento cabal de Londres y de los rincones más apartados de Gran Bretaña, por un cosmopolitismo acentuado y por la adecuada presentación de una veintena de personajes: nadie es un dechado de virtudes, todos están bastante fallados del mate, y si hemos de creerle, depender de individuos tan inestables podría ser peor que caer en manos de las mafias del narcotráfico. Sin embargo, hay algo aun más interesante en Ragdoll . El espectro temático que cubre abarca a todas las clases sociales, a una vastísima galería de sujetos y a una multitud de ciencias, disciplinas y profesiones. Así, se dan cita eminentes catedráticos junto al lumpen, practicantes de oficios tan peregrinos como taxidermistas u ornitólogos, al lado de abogados o contadores, y sobre todo hay un derroche de términos derivados de la toxicología, la química avanzada, la cosmetología, la literatura popular y por cierto, la patología forense.
No contento con explorar esos mundos, Cole se aventura en la moda, en la industria de perfumes, en la arquitectura -casi siempre para lamentar la actual destrucción urbana-, en el diseño, en las tendencias actuales de la psiquiatría. o bien, en la convivencia entre quienes tienen la mala suerte de pertenecer a los bajos fondos. A mayor abundamiento, Ragdoll plantea problemas políticos vigentes en su país y en el resto del orbe: el monstruoso crecimiento de la burocracia estatal; la ligazón entre las infracciones blandas, o sea, evasiones tributarias y los quebrantamientos serios, vale decir, atentados en contra de la integridad física y psíquica de seres humanos; la radical incapacidad de las instituciones para prevenir la corrupción; los desmanes de los poderosos y otros tópicos semejantes.
Como corresponde a un thriller del presente, Ragdoll exhibe una vasta galería de actores sumamente extravagantes, disfuncionales en grado sumo, empezando por los roles principales -Wolf es un maníaco depresivo incontrolable; Baxter es cuasi alcohólica y conduce su Audi como loca; Edmunds es el rey de las pistas falsas-, hasta llegar a choferes, empleados subalternos, bencineros que fuman en las estaciones de servicio, y suma y sigue. En suma, pese a sus defectos, Ragdoll es imposible de soltar.
"Ragdoll" exhibe una vasta galería de actores sumamente extravagantes.