El bitcoin no descansa. Si durante el año pasado su valor aumentó en casi 20 veces, desde la Navidad de 2017 la moneda virtual que tanto atrae a inversionistas arriesgados y jóvenes universitarios se ha desplomado más de un 60%.
El rápido desarrollo de las criptomonedas -donde el bitcoin ocupa un lugar central- y los vaivenes en su valorización han generado mucho interés entre inversionistas y público en general. Las autoridades de diferentes países no se han quedado atrás y en el último tiempo han comenzado a aplicar algo de criptonita a las criptomonedas.
¿Es justificada esta acción? Sí, pero la dosis debe ser limitada y bien enfocada.
El bitcoin nace de una semilla de anarquismo, buscando desarrollar un medio de pago que sea emitido de manera descentralizada -y no por bancos centrales- y cuyo uso no dependa de la intermediación de instituciones financieras reguladas. En pocas palabras, la idea es sacar a los intermediarios de las transacciones entre privados.
Su auge, sin embargo, no se explica por un masivo ataque de rebeldía, ni tampoco por su éxito en reemplazar al dinero. De hecho, su capacidad de sustituir al dinero como medio de pago de manera masiva es ínfima. Desde un punto de vista macroeconómico, una moneda de oferta predeterminada está condenada a generar grandes ciclos económicos, como muestran las grandes crisis financieras. Pero la razón más fundamental es que el dinero es por esencia un medio basado en la confianza, y estos instrumentos de origen anónimo nunca generarán esa confianza de manera masiva. ¿Tendría usted sus ahorros en una moneda controlada en el ciberespacio, expuesta a manipulaciones de precio y por la cual nadie responde en caso de falla?
El auge de las criptomonedas refleja más bien la búsqueda de oportunidades de inversión en un escenario de tasas de interés muy bajas -especialmente fértil para la sobrevaloración de los activos- y, en un grado importante, de novedad. No es primera vez -y tampoco será la última- que la novedad atrae, aunque su contenido sea nulo.
Si las criptomonedas no son una amenaza crítica al dinero, ¿qué justifica la preocupación? Por una parte, existe inquietud por la exposición de instituciones financieras reguladas a un activo tan volátil y sin ningún valor subyacente. Además, las autoridades tienen el deber de informar al público sobre la naturaleza de ciertos activos que se ponen de moda. No hay problema en que unos inversionistas calificados apuesten con su propio patrimonio y pierdan, pero pérdidas masivas de la población pasan a ser un problema público. Por último, la tecnología detrás de las criptomonedas tiene muchos usos, y los gobiernos deben entenderla y no ser simples observadores de estos desarrollos.
La regulación, sin embargo, no debe matar la innovación. Debe limitar la exposición de bancos y otras instituciones reguladas a las criptomonedas, debe transparentar al público sus riesgos, y debe incorporar a la regulación las plataformas que transan estos activos.