Un niño cualquiera mira, archiva y reconoce antes de saber hablar. Esto lleva a uno de los grandes misterios olvidados en la psicología y en la vida en común. Es saber que vemos lo que establece nuestro lugar en el mundo que nos rodea y nos explicamos este fenómeno sin palabras. Las palabras vienen después. Y las palabras nunca podrán deshacer el hecho de que el mundo ya visto nos rodeará y pertenecerá siempre. Esa relación entre lo que vemos y lo que sabemos no se resuelve del todo nunca.
Por ejemplo, adultos y niños suelen tener en sus escritorios o piezas recortes de papel, fotografías, cartas, dibujos, reproducciones, que han sido elegidas de manera muy personal porque retratan y traen recuerdos a los habitantes de esos cuartos. Son como la recuperación de trozos del pasado.
No nos olvidemos que los métodos modernos de reproducción de imágenes han traído no solo el arte que antes solo estuvo en los museos, sino que también los recuerdos de nuestras propias vidas al presente. Los cuadros, las fotografías, las imágenes que escogemos para que nos acompañen tienen hoy el valor subjetivo de mantener viva nuestra vida, o pedazos de nuestras vidas y nuestros amores y gustos adolescentes e infantiles. Son como una historia propia que solo nosotros podemos interpretar.
Lindo es que a medida que crecemos y cambiamos, el significado de esos colgajos en nuestras paredes van cambiando. Y que, por lo tanto, son también un reflejo de quienes fuimos nosotros y los nuestros y nuestros antepasados y también a veces de las imágenes artísticas y representantes de una historia no vivida.
Hay terapeutas hoy día que piden a sus pacientes que les traigan fotografías de lo que tienen en las paredes de sus casas y de sus dormitorios. Y es maravilloso darse cuenta de los contenidos que podemos deducir de la elección.
Si la ciencia sabe con certeza que ver y mirar son previos a las palabras, hagamos un espacio más grande a lo que vimos y miramos pero nunca denominamos, pero que es parte de nuestra experiencia, de las historias escuchadas, del inconsciente. Y, por lo tanto, de lo que somos.
Un acto de humildad. Y también de simplicidad.
Esto ayuda mucho a darnos libertad para conocer nuestros complejos, terrores y logros.