Huelga decir que de fútbol no entiendo nada, pero como casi todo el mundo, me dejé llevar por la pasión suscitada por el Mundial de Rusia. Esto me condujo a hacer algo que de ordinario no hago, como es leer los comentarios deportivos. Así descubrí que estos entregan gratuitamente lecciones que, si se siguieran en otros ámbitos, permitirían ahorrar millones en estrategas y asesores.
Gary Lineker, famoso centrodelantero inglés de los ochenta, dijo una vez que "el fútbol es un juego muy simple: veintidós hombres corriendo detrás de la pelota y, al final, los alemanes siempre ganan". Ya no es así. Se ha vuelto difícil saber de antemano quién va a ganar, lo cual depende muchas veces de factores estrictamente circunstanciales. Sesudos estudios estadísticos, sin embargo, han identificado ciertas constantes. Para tener buenos futbolistas es importante contar con escuelas de formación de jóvenes. También un ambiente que promueva la creatividad y premie las individualidades. La diversidad es otro factor clave, como lo demostraron Francia, Bélgica e Inglaterra, que capitalizaron su historia colonial para reunir jugadores provenientes de múltiples lugares del planeta. Influye igualmente el cosmopolitismo, esto es, contar con deportistas que se hayan probado y triunfado en otras latitudes, lo que quizás le faltó a Inglaterra.
Ahora bien, viendo el Mundial cabe agregar que es crucial contar con un sentido de equipo, como ocurrió con todas las selecciones que llegaron a semifinales. Las formadas con puras estrellas, como Argentina, fracasaron. Pero el equipo no basta: se requieren también individualidades con chispazos que desequilibren el statu quo , que fue lo que finalmente llevó a Francia a quedarse con la copa.
En Rusia se confirmó algo que no por obvio hay que pasarlo por alto: la importancia del entrenador. Esto se observa al menos en cuatro dimensiones: en crear un ambiente de trabajo a la vez creativo y disciplinado; en dotar al equipo de una arquitectura de juego acorde con el talento de sus jugadores; en la astucia táctica y la flexibilidad para adaptar esta estructura a las circunstancias de cada partido, y en la preparación minuciosa de ciertas jugadas clave, en especial las pelotas detenidas.
Quedó demostrado en este Mundial que lo primero es contar con una buena defensa y un gran arquero: todo lo demás se construye desde ahí. En otras palabras, no se puede uno contentar con merodear y amenazar el área rival sin estar seguros de no quedar al desnudo cuando se produzcan los inevitables ataques del adversario.
Una cosa adicional: llegó la hora de olvidarse del mediocampo. En lugar de conformarse con el control del balón, jugando bonito pero sin producir daño, lo que vale es la transición rápida y llegar al arco contrario en forma sorpresiva. En el fútbol actual las oportunidades son escasísimas, y en general son fruto de fallas del adversario, y el mérito está en saber aprovecharlas a fondo. Esto requiere técnica y destreza, desde luego, pero también la maña que da la experiencia, lo que explica por qué los mejores equipos no fueron necesariamente los más jóvenes.
Si hemos de sacar lecciones de Rusia 2018, sea para la política o cualquier otro tipo de emprendimiento, lo primero es invertir en formación, fomentar la apertura y promover la diversidad. Luego hay que cultivar el sentido de equipo, explotar las singularidades, tener foco y sentido táctico, y no enamorarse de la juventud. En seguida hay que disponer de una sólida defensa, olvidar el mediocampo, actuar con rapidez y saber aprovechar las fallas del adversario. Si falta algún ingrediente, esto se puede compensar con eso que le sobró a Croacia: amor propio.