Milagro y Perico, quienes miden menos de 1,47 metros, o sea, son enanos, hacen sus gracias en un circo que al poco tiempo cae en quiebra, como resultado de la cual se ven en la calle y deberán hacer frente a una prolongada cesantía, lo que, dada su condición, digamos diminuta, puede llegar a ser grave. Pero el empresario Carlos María Robles, quien dirige un dudoso club en el balneario costero de Miramar, se les acerca con una propuesta irresistible: deberán actuar como
strippers, o sea, desnudarse poco a poco hasta dejar completamente al descubierto sus partes pudendas, al son de una música provocadora. El éxito es instantáneo y el local se llena de un público que en su gran mayoría se compone de mujeres, ávidas de ver a hombres luciendo sus intimidades y con mayor razón si se trata de varones muy chiquitos, aunque muy bien dotados (también acuden machos, por lo general homosexuales). Milagro y Perico se hacen ricos, no tanto por el exiguo sueldo que les paga Robles como por las suculentas propinas que reciben de parte de la enfervorizada audiencia. A instancias de Milagro, los dos amigos deciden emanciparse y montar su propio espectáculo. Para ello compran un amplio sitio y construyen un conjunto de casas, espacios comunes y toda suerte de instalaciones que les permitan vivir con holgura. Ahí reciben a una veintena de damas y caballeros de muy escasa altura y forman una colonia que se regirá por sus propias reglas. Quien redacta esta especie de Constitución con principios inamovibles es Milagro. Uno de sus artículos fundamentales establece que, en adelante, se proscribirá la palabra enano del vocabulario español, para ser reemplazada por la denominación gente pequeña. La filosofía detrás de esta nomenclatura es la misma que se aplica a las minorías de toda clase: a las personas con síndrome de Down se les llama chicos o chicas con necesidades especiales; a los negros estadounidenses se les dice afroamericanos; a los gays se les designa como pertenecientes a una orientación sexual diferente; los grupos raciales sin poder son denominados con variados nombres que no menoscaben su identidad, etc. Todo funciona de maravilla hasta que irrumpe Eliana, bellísima periodista mendocina. En un comienzo Eliana es el hada madrina para los habitantes de esta comunidad. Entrevista a Milagro en su programa de televisión y asegura la viabilidad de esta empresa. Luego pasa a ser la Blancanieves de los chicocos. Finalmente, se transforma en un elemento pernicioso, perturbador y disolvente al convertirse en amante de Perico, violando una norma esencial de la sociedad, que no permite el ingreso de individuos con dimensiones corrientes y sobre todo de elevada estatura al recinto ocupado por los encantadores pigmeos y pigmeas. Esto último es solo un modo de decir ya que a estas alturas han estallado las rivalidades, los desacuerdos y toda clase de encuentros y desencuentros amorosos entre los minúsculos habitantes de esta peculiarísima asociación.
Lo anterior es un resumen de
Amores enanos, tercera y aclamada novela del argentino Federico Jeanmaire. El libro pretende, nada más ni nada menos que mostrarnos la complejidad de vivir en un mundo que está diseñado para individuos, llamémosles, si no altos, al menos normales, sea lo que sea que esta palabra ahora significa. Según los presentadores de
Amores enanos, el relato es una suerte de espejo que deforma aun más, si cabe, las tristes deformidades del mundo actual, y constituiría un texto que como lectores nos obliga a mirarnos desde otro lugar, vale decir, un lugar extremadamente diverso a aquel desde el cual solemos contemplarnos. En otras palabras, este breve relato sería un manifiesto más, una denuncia más, una declaración más en contra de la discriminación que tantos, tantísimos seres humanos sufren solo por no verse como los demás. Asimismo, este título pretende ser cómico, pretende ser satírico, inclusive pretende narrarnos una historia, mejor dicho una fábula triste y alegre, acerca de la condición humana ya bien entrado el nuevo milenio.
Todo estaría muy bien si Jeanmaire detentara el mínimo de los requisitos que los críticos trasandinos le atribuyen, hasta llegar a mencionarlo como una estrella de la nueva narrativa bonaerense. Sin embargo, pese a que la idea que ronda alrededor de
Amores enanos es novedosa, Jeanmaire escribe mal, comete errores de todo tipo, a veces ni siquiera termina correctamente las frases e inclusive parece desconocer la sintaxis castellana. Construida casi siempre en cortos párrafos,
Amores enanos exhibe oraciones como "Cuando", "Ojalá", "Yo no", "Absorto", "Entonces". Y también muchas otras sin sujeto, verbo, complementos ni predicados. Sin ninguna necesidad, interrumpe el flujo narrativo mediante procedimientos telegráficos o quizá habría que decir provenientes de teléfonos celulares. O bien omite preposiciones, conjunciones y partículas gramaticales que, por momentos, tornan a esta crónica en un galimatías insoportable, a veces tan irritante que dan ganas de cerrar el volumen sin darle una segunda oportunidad. Es cierto que los tiempos han cambiado mucho y que los escritores actuales gozan de licencias hace poco consideradas inadmisibles. Con todo, no es ni puede ser lo mismo componer una ficción en Twitter, YouTube o Facebook que hacerlo en un tomo impreso. Así, lo que pudo haber sido una historia interesante, deviene una pesadilla idiomática.