El tema de la reinserción después de la cárcel a muchos les puede parecer lejano, pero a mí me golpea desde muy cerca, porque fue mi realidad. La historia partió cuando estaba en el liceo y me di cuenta de que faltaban cosas para la casa. Entonces, para ayudar, me puse a trabajar.
Vengo de una familia humilde, de esfuerzo. Soy el menor de cuatro hermanos y gran parte de mi vida la pasé como allegado en casa de familiares. Mi papá trabajaba en PRO Empleo y mi mamá cuidaba a los hijos de los vecinos y hacía manualidades.
Mientras estudiaba, mi forma de aportar en la casa fue trabajar en lo que fuera, pero como me gustaba manejar, pronto empecé a conducir un furgón escolar. Después nacieron mis hijos y la más chica nació con un problema de salud. Otra vez lo mismo, la plata no alcanzaba. Estaba desesperado. Me metí a traficar drogas. Me pillaron. Nadie de mi familia sabía en lo que estaba metido, mis amigos tampoco. Nadie lo podía creer.
Llegué a la cárcel de Coronel. Estuve en ella 17 meses. Ahí conocí a mucha gente, se ve de todo. Mi mamá nunca dejó de ir a verme, llegaba a visitarme con cositas para mí.
En julio del año pasado me hablaron de una capacitación en Cimientos, un programa de habilitación sociolaboral de la Cámara Chilena de la Construcción, y me llamaron para una entrevista. Ahí conocí a Carolina Castro, la asistente social, y a Jorge D'Appollonio, el sicólogo. Ellos me preguntaron cosas de mi vida, de mi familia, de mis trabajos, si consumía drogas... y yo contesté todo. Pocos días después, me dieron permiso para salir a estudiar. Íbamos con otros compañeros desde Coronel hasta el Inacap de Talcahuano. Ahí los profesores nos enseñaron a hacer un currículum, a cómo portarnos en el trabajo y otras cosas. Después, el "Profe Germán" nos enseñó albañilería.
Cuando terminó el curso, ingresé a trabajar como jornal en la constructora Galilea. Estuve como dos semanas a pleno sol, supercansado, pero soy bueno para la pega y el jefe me cambió de inmediato. Ahora soy operador de planta de hormigón. Estoy trabajando, desde diciembre del año pasado, en la misma empresa que me consiguieron en el Programa Cimientos. Aprendí rápido y aquí estoy bien. Los más felices son mi madre y mis hijos. Perdí a varios amigos, pero ahora vivo tranquilo, porque antes tenía plata, pero vivía con miedo a que me pillaran.
Ahora tengo 28 años de edad, llego a mi casa todos los días, puedo ver a mis hijos cuando quiera y les compro sus cosas. Estoy agradecido de todos lo que creyeron en mí, del Programa Cimientos, de Carolina, de don Jorge, del sargento Ulises Orellana. Ellos me han apoyado todo este tiempo, creyeron en mí y yo de aquí no me salgo.
Claudio Flores Rojas