El exiliado y la mamushka , del escritor magallánico Guillermo Mimica, pareciera exhibir una duda acerca de su identidad literaria. Llega a nosotros como un relato ficticio, pero algunas secuencias de su texto podrían definirse alternativamente como ensayo sobre las ideologías totalitarias o como una crónica sobre sus víctimas. Al parecer, Guillermo Mimica está consciente de las confusiones que pudiera despertar el libro que ha publicado. He leído en alguna entrevista que insiste con especial énfasis en su carácter de novela, de relato imaginario. Como tal, el texto exige también un modo de lectura que rehúye de la facilidad. La historia contenida en
El exiliado y la mamushka se desarrolla principalmente a través de los diálogos de dos personajes, Juan Alberto Torrealba y su amiga Irina. En ellos, los recuerdos de diversos momentos temporales aparecerán encabalgados sobre otros momentos temporales anteriores o posteriores que hacen a ratos confusa la filigrana de la historia. Sin embargo, creo que la lectura deja un saldo decididamente favorable. El diseño laberíntico del discurso responde a un proyecto narrativo cuidadosamente armado, y el argumento, pese a la demasiada información de carácter no narrativo que ofrece con bastante frecuencia, se mantiene interesante y entretenido durante la mayor parte del tiempo que dedicamos a la lectura de la novela.
Después de muchos años de exilio en Francia, Juan Alberto Torrealba retorna a Chile en enero de 1990 acompañando a su amigo Pierre, un francés que viene a buscar informaciones sobre un pariente, el padre Bartolomé de la orden Redentorista, fallecido a fines de los años 50. En el avión que los trae desde Europa con escala en Nueva York conversan con Irina, una pintoresca rusa que se dirige a Estados Unidos para casarse con un pretendiente que ha conocido a través de una agencia matrimonial. Años más tarde, en el 2005, Juan Alberto e Irina iniciarán una profunda e íntima relación de amistad favorecida por la identidad existencial que comparten: "Pese a que nuestros caminos habían transcurrido en lugares y tiempos diferentes, parecían encontrarse en muchos puntos y converger al final en una ruta ancha que era donde ahora transitábamos los dos". El recuerdo de los diálogos que mantuvo con Irina entre los años 2005 y 2017 servirá a Juan Alberto para relatar la vida que ambos han soportado, víctimas cada uno de totalitarismos de distinto cuño. El año 1968 es el punto de partida de la suya. Siendo estudiante universitario, ingresa a las Juventudes Comunistas y participa activamente en las reformas agrarias impulsadas por el gobierno de la Unidad Popular. En una toma conoce a María Antonia, una amante a quien nunca más verá. En 1973 es detenido y encarcelado el mismo 11 de septiembre, y después de salir en libertad en 1977 parte exiliado a Francia. Sus recuerdos terminan en la actualidad con las circunstancias que rodean la escritura de la novela que el lector tiene entre manos.
Los diálogos contenidos en
El exiliado y la mamushka ofrecen, pues, tres niveles de lectura: la biografía de dos víctimas de los totalitarismos contemporáneos; diversas reflexiones sobre tales sistemas políticos, y la historia del origen y la composición de la novela escrita por Juan Alberto. El primero es imaginario y se sostiene sobre la utilización de dos motivos de indudable estirpe literaria: el viaje mítico que -sin saberlo al comienzo- inicia Juan Alberto en 1990; y el descubrimiento, encuentro y reconciliación con un hijo cuya existencia se ignora. El tercer nivel es un recurso también imaginario utilizado con frecuencia en la narrativa contemporánea para insistir en su naturaleza ficticia: "la novela dentro de la novela". La credulidad indispensable que exige la ficción se produce en ambos niveles, pero me parece que en el segundo, tal como es presentado en el texto, dicha condición se debilita. Pese a ello, Guillermo Mimica ha escrito una novela que destaca por la calidad de su lenguaje y su cuidadosa elaboración narrativa.