"Algunas antologías recuperaban el paisaje, otras el gesto autoral. Hubo una que privilegió los giros coloquiales, otra optó por centrarse solo en las referencialidades patrimoniales, o en el folclor urbano, o en las épicas de lo colectivo. Una reivindicó el borde costero, otra la cordillera de la Costa. Hubo unos alumnos de la Universidad de Playa Ancha que negaron apasionadamente la primera persona y se atragantaron con un 'nosotros' tan bullicioso que tuvieron que aplacarlo con un 'ellos'. Hubo estilística germánica neonazi. Hubo bolchevismo vernáculo pleno de candor victimoso. Hubo décimas de rima incierta. Hubo sonetismo petrarquista de una seccional del Club de Leones. Hubo tercera edad. Hubo Conace. Hubo enfermos terminales... Hubo jubilados de ferrocarriles (no podía no haberlos). Hubo tantos criterios como hojas en pleno otoño. Incluso hubo transcripciones de esos recitadores rancios que se suben subrepticiamente (por ansiedad visibilizadora) a escenarios callejeros desmontables -de esos que suelen poner las autoridades municipales para justificar inversiones en el área y que pueden pasar meses sin ser retirados-. Hubo una antología marítimo-portuaria, otra de maestros que presentaban a discípulos con una potencial vocación lírica, una de académicos de horario completo que hacía veinte años habían renunciado a la escritura. Y hubo una de poetas onanistas que Charly lamentó porque tenía encarpetada otra análoga".
Tal vez el pasaje transcrito sea extenso, mas la tentación de darlo a conocer ha sido irresistible. "Antológame" es quizá, el mejor relato de Madariaga y otros , última obra de Marcelo Mellado. Y no contento con este híbrido despliegue verbal, Mellado continúa con una alusión a la pasada de la Beatriz más conocida en la historia -la de Dante- para pasar a la Beatriz Viterbo de "El Aleph", de Jorge Luis Borges, y luego entregarnos una virtuosa paráfrasis del final de la que podría ser la narración más famosa del autor argentino.
Madariaga y otros se compone de tres partes y, sin desconocer los méritos del conjunto del volumen, la primera resulta la más entrañable en este chisporroteante compendio. Aquí tenemos todo el mundo de Mellado, que es siempre el mismo y siempre diferente al que ha venido construyendo desde sus primeras ficciones - El huidor (1992), La provincia (2001), Informe Tapia (2004)-, edificado en torno a siete piezas que se expresan mediante un estilo único, promiscuo y a la vez reconcentrado, con una elevada dosis de genuina extravagancia que confiere a Madariaga y otros un aspecto de legítima originalidad.
El eje de las historias protagonizadas por Madariaga es el puerto de San Antonio, sus calles, sus boliches, sus bares, restaurantes, picadas, sus rincones secretos o públicos, sus habitantes, ficticios o reales, cada uno más chiflado que el otro, cada uno tan común y corriente como cualquier hijo de vecino. Además, el paisaje de Madariaga y otros nos lleva a localidades muy variadas y, al mismo tiempo, muy trilladas del litoral central, bajo una mirada peculiar, y hay que decirlo, peculiar hasta el punto de lo peregrino.
La visión que Mellado nos entrega de San Antonio es de carácter eminentemente literario y su particular lenguaje, que mezcla términos provenientes de las más diversas procedencias -economía, ciencias sociales, referencias librescas-, hace que Madariaga y otros sea, más que un texto repleto de sabrosas anécdotas, una experiencia literaria. Así, en vez de refocilarse en la miseria en la que se halla esa zona, Mellado la ha transformado en un auténtico espacio para la reflexión idiomática. Salvando las distancias, que son grandes, este prosista ha creado un universo novelesco similar al que compusieron Juan Carlos Onetti con la localidad de Santa María o William Faulkner al establecer el mítico condado de Yoknapatawpha. El paralelo dista de ser exagerado, porque si bien el uruguayo y el norteamericano se basaron en puntos geográficos reales a los que les cambiaron el nombre, el San Antonio de Mellado ha pasado a ser, igualmente, un territorio revisitado por su propia imaginación.
Dicho lo anterior, es necesario detenerse en Madariaga, un personaje que solo Mellado pudo haber compuesto. Chofer de un taxi colectivo, para más remate un Lada ochentero destartalado, cercano a la tercera edad por más que permanezca en apariencia joven, dotado de una profunda conciencia moral, sus aventuras ocupan un tercio de esta antología y son, con ventaja, las más extrañas y oscuras de cuantas se narran en este tomo que lleva su nombre. Ex militante comunista, continúa ligado al partido, en parte por fidelidad, en parte por sus vínculos con concejales de la Municipalidad de San Antonio. Su relación con el Cara de Viático lo conduce a una madeja de corrupción y "su tesis central tiene que ver con el poder de los municipios en las comunidades y su captura por parte de la razón política". Luego aparecen Mayra, una bailarina de ritmos tropicales en peligro, el correligionario Exequiel Plaza y su sobrino el Rata, genio de la computación. Más adelante comparecen la tía Adelina o Abelina, Osvaldo Alcayaga y su partner , el Chico Cruz, músicos de calidad , siempre acompañados por el héroe, quien, en su tarjeta de visita, pone "Colectiveros hay muchos, Madariaga hay uno solo". Así, Madariaga y otros deviene una sucesión de andanzas estrafalarias y por lo general imborrables.