El Mundial de Rusia está más lejos de lo que creíamos. No solo una distancia emocional y física, sino que mental. En Chile todavía seguimos siendo viudos de una selección nacional que, se haya farreado o no la clasificación, de un tiempo a esta parte ya estaba dando señales de agotamiento conceptual, de ausencia de renovación y de lo que tanto extrañamos de Marcelo Bielsa: de revolución, ese zamarreo a la cultura de cómo afrontábamos el desafío, a esa tradición del triunfo por lo mínimo o de la derrota ajustada con la que crecimos generaciones y generaciones. Signos que, pese a su evidencia, parece que aún no advertimos, y soñamos con que las glorias volverán a repetirse casi por generación espontánea, y sin que obliguemos a los clubes a asumir su responsabilidad en "el estado de las cosas".
De los cuatro semifinalistas en Rusia, se podrá decir con absoluta certeza que dos son países del "Primer Mundo", con ligas hiper desarrolladas, que ya vienen de regreso tras haber experimentado profundos fracasos deportivos y agudos conflictos internos entre sus clubes, y de enfrentar una serie de medidas que a varias instituciones les costó crisis financieras de las que solo se repusieron cuando las reflotaron inversionistas extranjeros. Pero salieron fortalecidos: Inglaterra y Francia son en la actualidad dos potencias no solo porque tienen planteles de jugadores consolidados, sino porque detrás hay un ideario que se mantiene por sobre los resultados.
Se podrá argüir que la filosofía de estos gigantes se engendra en virtud a un modelo de negocio similar al que construyen multinacionales en mercados más complejos... (¡concedido!). Sin embargo, también hay que reconocer que la mira no la han extraviado, porque fueron capaces de desarrollar un modelo virtuoso: así como los clubes se gastan dinerales en sus ligas, también invierten técnica y monetariamente en producir la materia prima, proceso del que obviamente las federaciones sacan una rentabilidad, porque además cuentan con las atribuciones para intervenir en el fino tejido de información y control sobre ese producto tan preciado que se llama selección nacional.
Paradójicamente, los otros dos semifinalistas, naciones de segundo orden dentro del "Primer Mundo", juegan otro rol: son abastecedores de los grandes mercados. Y pese a que croatas y belgas tienen que renovar permanentemente sus ligas internas ante la sistemática exportación de talento, también han sido capaces de no traicionar la doctrina, el plan madre, la política deportiva, frente a la tentación del enriquecimiento cortoplacista y la plata fácil. Croacia, que quizás el domingo sea campeón del mundo, además tiene por su dramática historia reciente un hándicap que silencia cualquier asomo de discurso pequeño que argumente improductividad por carencia de recursos materiales y humanos.
¿Entonces? Acá en Chile todavía estamos pensando en cómo gastarse los fondos de la venta del CDF. Con una ANFP llena de intenciones y planes concretos sobre la instauración de torneos de divisiones inferiores bastante más sólidos que los que demolieron la mayoría de los mismos propietarios de clubes que estuvieron en la administración de Jadue. Pero el cambio cultural no empieza por los campeonatos de menores, debe nacer de un sentido de supervivencia y después de trascendencia. Comprender que la renovación de talentos no se puede dejar al arbitrio de la naturaleza o a las reglas del mercado, sino que se debe orientar e institucionalizar, casi obligatoriamente, si es que no impuesta como un requisito de existencia. Todo lo que venga después será secundario. Incluso, esa misma selección que tanto echamos de menos y que no sabemos cuándo va a volver a ser lo que fue.