Un equipo de fútbol de 12 niños en Tailandia -acompañados de su entrenador- quedó atrapado en una cueva, con riesgo de sus vidas, motivando un operativo multinacional transmitido en vivo a todo el mundo. La dramática noticia ha competido con la cobertura mundialista, y está muy bien que la FIFA los haya invitado -si todo sale de la mejor manera- a compartir uno de los fastuosos palcos donde el trago, la comida, la fama, el dinero y el poder conviven para recordarnos -de manera inequívoca- que el fútbol no es sólo esa danza frenética de millones y egos que corona esta fiesta.
Cuando enfrentamos las semifinales bien vale recordar que todos los torneos internacionales más importantes se juegan por eliminación directa, lo que supone dirimir la suerte en un solo partido. Eso supone un porcentaje importante de debate en torno a la justicia y, sobre todo, a los méritos. A mí, por ejemplo, me pareció que Brasil es evidentemente superior a Inglaterra y Croacia, pero nadie podrá desconocer que fue eliminado en buena lid por Bélgica, que supo concretar en sus mejores momentos, a diferencia de la escuadra de Tite, ahogada en su incapacidad frente a Courtois y en el culto a un Dios equivocado, como Neymar. Así son los mundiales, así lo han sido siempre y es bueno entender que en aras del espectáculo no siempre se hace justicia.
Y, además, que hay margen para todo. Las ácidas críticas contra Rusia, por ejemplo, contrastan con la pasión con que apoyaron los aficionados locales a su selección, que suplió sus evidentes carencias con una cuota de sacrificio digna de su raza. Fue un equipo luchador, que no entusiasmó más que a sus hinchas, pero al que nadie pudo negarle la dignidad de la batalla ofrecida.
En ese aspecto, Francia y Bélgica tienen más juego y figuras que Inglaterra y Croacia, que han sabido interpretar pocas variantes. Los balcánicos llegan con dos opacas definiciones a penales y los ingleses, con un fantástico trabajo de aprovechamiento de las pelotas detenidas, que le ha permitido obviar sus dificultades para armar el juego, aunque, al igual que los belgas, han sabido interpretar correctamente su línea de tres defensiva, que ha logrado sobrevivir con mucha dignidad a la tendencia mayoritaria en este certamen.
Francia y Bélgica tienen, afortunadamente, un inmenso caudal ofensivo. Ocupan las bandas, ofrecen matices y, además, aportaron a las mejores figuras de esta Copa del Mundo. En ese choque se irá -otra vez la justicia- un formidable candidato a ceñirse la corona, que supo compatibilizar la eficiencia con la estética. Ha sido entretenido verlos jugar y apasionante analizar sus movimientos, pero la gloria, como sabemos, no alcanza para todos.