Comienza a llegar el período en que uno hace recuerdos sólo para quedar horrorizado. "¡Hace ya 20 años!...". Lo cual, ciertamente, como dice el tango, "no es nada". Pero: "¡Hace ya 35 o 40 años!..." es algo que, por divertida que sea la remembranza, lo deja a uno con un rincón de la sonrisa congelado. Es el momento de decir: "Hace 6, 7, 8 lustros...". Quedará Usía como culta y despistará efectivamente a los oyentes.
Pues bien, hace 8 lustros pasamos la Navidad, en Colchester, con Jonathan Higgins, quien exclamaba continuamente, desde su dos metros de altura, "
¡Oh, the great Bernardo!", aludiendo a su heroico pariente. "
Hig" vivía en un monumental desorden. Todo el primer piso de su casa victoriana estaba entregado a manos de un par de hijas que tenía, tan rubias y encantadoras como caóticas. En el segundo piso había un comedor y un descomunal living, desde donde podía contemplarse, por un ventanal, el abandono total en que yacía el jardín allá abajo.
Tal fue el escenario de la comida de Navidad más tradicionalmente inglesa que recordamos. La mesa ostentaba toda la parafernalia propia de estas ocasiones: sombreritos de papel crepé, sorpresas, plaqué, flores; pero salvo la mesa y sus detalles navideños, el resto era un descomunal enredo de cosas que el tiempo había ido dejando depositadas en cualquier parte. La comida fue hecha y servida con un cuidado que no dejó cabo suelto. Partió con una sopa de castañas maravillosa, guarnecida de crustones fritos a la perfección en mantequilla y siguió con un ganso relleno y asado, en la cumbre de sus posibilidades, flanqueado de repollos de Bruselas, papas doradas, zanahorias glaseadas y otras verduras bien enmantequilladas, más un pollo al vino que nos pareció un toque francés. Pero la cocina inglesa toma estos préstamos sin problema ni complejo alguno. Luego vino un espléndido flan y, para terminar, el famosísimo
Christmas pudding, sin el cual no es concebible una comida navideña (como no lo sería un asado dieciochero sin empanadas), pero que nadie come. Sólo sirve para el espectáculo: negro como es, se le decora con una ramita de muérdago con sus bayas rojas y se le vierte mantequilla derretida con cognac o whisky para flambearlo. Una vez terminadas las llamas, ya nadie lo vuelve a mirar. Aquella noche, un avión de juguete aterrizó y quedó enterrado en el pudding, dando la impresión de la más desolada ruina bélica.
En fin. Examinemos el mencionado pollo.
Pollo en vino
Troce un pollo gordo. Pase las presas por harina. En 60 gr de mantequilla, rehogue 120 gr de panceta picada, 12 chalotas peladas enteras, 24 champiñones chicos. Luego agregue el pollo, 1 diente de ajo, hoja de laurel, tomillo. Dorado el pollo, agregue 2 cda de brandy y flambéelo. Cubra con ½ botella de vino blanco seco e igual cantidad de agua. Cueza lentamente 45. Sirva. La salsa quedará ligadita con la harina del pollo.