Aunque Yoko Tawada (1960) nació y se crió en Tokio, emigró a Hamburgo a los 22 años para radicarse finalmente en Berlín. Y escribe tanto en japonés, su lengua materna, como en alemán, lo que la convierte en un caso parecido al de otros escritores, como Kundera, Nabokov o Beckett, quienes cambiaron de idioma, pero conservaron siempre el nativo, por lo menos para velar por las traducciones de sus obras. Tawada es ahora saludada como un prodigio de las letras internacionales, ha obtenido los principales premios literarios que se dan en Japón y en Europa, y ha sido celebrada por la crítica en varios continentes.
Memorias de una osa polar -el título exacto debería ser "Estudios sobre la nieve"- es la primera ficción de Tawada que se publica en español, por lo que desconociendo el resto de su producción, resulta imposible saber la calidad, el alcance, las reales repercusiones que sus demás novelas podrían detentar. Como sea,
Memorias de una osa polar es un texto excéntrico, insólito y sumamente original. La originalidad en sí misma no garantiza el valor de un relato, pero hay que reconocer que Tawada, poseyéndola en grado sumo, logra concebir una historia a ratos bella, a ratos desconcertante, que traslada al siglo XXI las fábulas de Esopo y Lafontaine. Todos sus personajes son animales, todos actúan como humanos, todos se relacionan de una manera peculiar, en suma todos poseen un mundo propio y comprensible para el lector actual.
Memorias de una osa polar es la crónica de tres generaciones de plantígrados, una abuela, una madre y un hijo, que recorre gran parte de la centuria que recién pasó, desde la Guerra Fría hasta el presente y que transcurre en varios países, preferentemente de clima muy frío. La particularidad del tomo es que sus tres protagonistas son osos polares, osos con mentalidad y pensamientos propios de hombres o mujeres, junto a cuadrúpedos y bípedos que se desempeñan en circos o bien se hallan confinados en zoológicos y que llevan a cabo actividades que únicamente tendemos a atribuir a seres pensantes.
De este modo, la primera parte narra las gracias de la fundadora del clan, nacida en la Unión Soviética, quien escribe unas memorias que se convierten en bestsellers y tras numerosas peripecias decide exiliarse en Canadá. Antes de que esto ocurra, ha participado en congresos y ferias del libro, domina el ruso, el alemán, aprende inglés y se desplaza por todos los lugares por donde circulan los habitantes de Moscú y la ciudad entonces llamada Leningrado. Y todo esto es efectuado por la adorable criatura, sin hacerse problemas para comprar en supermercados, teclear en antiguas máquinas, usar lápices, tomar el bus o el metro; en suma, comportarse como una ciudadana común y corriente en el que fuera conocido como el paraíso socialista. Además, al componer su autobiografía, tiene arduas discusiones con la editorial que se aprovecha de su talento, por lo que debe luchar como fiera para que le paguen los derechos de autor. Por si fuera poco, posee ideas políticas claras, por supuesto que muy progresistas, muy ecológicas, muy inclusivas, las que casi siempre chocan con los burócratas que entorpecen su camino. En el momento en que decide emigrar a la nación más septentrional de América, deberá reunir todos los certificados y papeles para hacerse acreedora de una visa de entrada, nada fácil de conseguir.
Su hija Tosca se instala en la Alemania del Este, en la época del muro de Berlín, y si bien logra un rotundo reconocimiento como suprema equilibrista en pistas de hielo, junto a un brillante conjunto de mamíferos de lo más benignos -leones, tigres, pandas, monos, perros, gatos- que bailan ritmos latinos, su sueño es llegar a ser estrella de ballet. Y no de cualquier ballet, sino que nada menos que solista en "El lago de los cisnes". La disciplina, las clases, la competitividad de un arte riguroso y estrictísimo no son óbice para que Tosca haga lo posible y lo imposible para cumplir con su ambición. Esta segunda sección de
Memorias de una osa polar se detiene, en forma muy detallada, en la estrecha y contradictoria relación que Tosca mantiene con Bárbara, su entrenadora, una profesional de la entretención emocionalmente muy frágil.
Knut, el último en la cadena de héroes oseznos, nace en cautiverio, se siente unido, hasta el punto de la dependencia, con su cuidador Matthias y siendo muy joven se transforma en un fenómeno de popularidad, aun cuando pronto sabremos que en su caso las cosas no son tan maravillosas como parecen. Cabe destacar que tanto Knut como su madre, Tosca, están basados en casos reales: el cachorro Knut llegó a ser la sensación del zoo de Berlín e incluso fue fotografiado para la portada de Vanity Fair. En este tercer y más extenso capítulo, Tawada, en una suerte de ejercicio con una técnica de escritura ventrílocua, se da la mano con Kafka y muestra el máximo de su invención cuando ya no nos distinguimos en absoluto de las otras bestias que pueblan la tierra. Y estas últimas nos hablan de cómo somos, hasta qué punto nos comportamos en forma ridícula, cómo nos relacionamos con nuestro entorno, en fin, cuáles son nuestros anhelos, nuestros pesares, nuestras posibilidades de felicidad en un universo cada vez más absurdo. Así, lo glacial culmina en lo cálido, la agresividad es una de las tantas máscaras para sobrevivir, la sociabilidad solo es posible si abandonamos el espíritu depredador. En resumen, Tawada pasa a ser un grato descubrimiento.