La semana pasada se publicó en este mismo medio un reportaje-denuncia que dejó al descubierto la insólita conducta del director audiovisual Nicolás López. Ha sido el escándalo de la semana.
Mi deformación profesional me hace ver casi todas las cosas desde el ángulo de las relaciones de poder. Así, en este caso, una de las cosas que me impactaron fue el patrón que utilizaba López para sortear el rechazo de las víctimas a sus intentos de acceso carnal. "Vamos a terminar tirando igual", les decía, según los testimonios.
Ese "vamos a terminar tirando igual" es otra manera de decir algo así como "aunque te resistas, sé que tengo el poder para doblegarte". El poder del director era su capacidad de ofrecer fama, dinero o empleo a sus víctimas.
Mi deformación profesional -de nuevo- me lleva a extrapolar este caso a otro ámbito del poder: el de la política. Y esta semana por un segundo sentí que había una semejanza entre la conducta del director acusado y la conducta del Partido Socialista, que encarnaremos en su presidente.
Momento, no entren en pánico. Obviamente, no estoy sugiriendo un parecido físico entre López y Elizalde. El segundo es mucho más buen mozo. Y ciertamente tiene mejores modales; no me lo imagino de acosador sexual.
El paralelo lo veo por otro lado. Creo que se asoma en la manera en que el PS está haciendo política, en esa actitud que me hace imaginarlo diciendo "aunque te resistas, sé que tengo el poder de doblegarte".
Pero ¿quién sería la víctima en esta analogía? Desde luego, la Democracia Cristiana.
La DC atraviesa por un momento de gran fragilidad. Vio caer a su candidata presidencial y perdió un gran número de parlamentarios en las últimas elecciones. Ha sufrido un éxodo de figuras históricas y la amenaza de la irrelevancia es cierta. Peor aún, si le va mal en las próximas elecciones regionales y comunales, entrará formalmente en peligro de extinción. Para evitarlo, debe hacer una alianza, y lo que le resulta más natural es buscarla entre sus antiguos socios, con los que armó la dupla que le dio exitosa gobernabilidad a la Concertación durante 17 años: el Partido Socialista.
Pero el PS no está dispuesto a construir una nueva alianza con la DC a menos que ella acepte todas sus condiciones: o la DC se entrega al PS en cuerpo y alma... o no hay nada. Salvo el riesgo vital.
La cristalización de lo que digo ocurrió esta semana. La DC y el PS, junto a los otros partidos de la ex Nueva Mayoría, habían llegado al acuerdo de votar en bloque, todos juntos -como estrenando una cierta complicidad-, por la candidata del gobierno a la Corte Suprema. Ella no era la postulante ideal para la centroizquierda, pero el acuerdo era votar a favor, juntos, para minimizar el bullying de sus huestes.
Y ya saben el desenlace. El Partido Socialista decidió no cumplir el acuerdo. El presidente de la DC, dolido, molesto, le fue a pedir explicaciones al presidente del PS. La respuesta, si hubiese sido transmitida en lenguaje de señas, habría sido una mera subida de hombros.
¿Qué puede hacer la DC ahora? ¿Mandarlo a la cresta y cerrar la posibilidad de una alianza electoral futura? Difícil. Sin el PS, la DC podría perder a casi todos sus alcaldes en la próxima elección. No se puede dar ese lujo.
Pero ¿qué es lo que al PS le atrae de la DC como para tomarse la molestia de abusar de ella? Simple, su
glamour "centrista". Sin la DC, el PS habita un conglomerado meramente de izquierda, con aspecto de Unidad Popular. Con la DC, puede lucir la chapa de "centroizquierda".
Pobre DC: bella y abusada. Ese fue el guion de la semana.