La majadería mundialera tiene su límite. No existe certeza alguna de que Chile sería un protagonista en Rusia 2018, si es que para empezar hubiese llegado. No hay claridad ni menos puede haber convicción. Entonces, cada vez que alguien siga echando de menos a la selección, comparándose con otras y sometiéndose a un ejercicio masoquista, más vale que se acuerde de aquel equipo que terminó la fase clasificatoria: vapuleado por Paraguay en el Monumental, humillado por Bolivia en La Paz, sufriendo para ganarle a Ecuador en Santiago y cayendo sin pena ni gloria en Sao Paulo ante Brasil.
Evidentemente, en esto de sentirse superiores a la mayoría de las selecciones participantes de Rusia 2018, la simulación mental (acompañada de una soberbia preocupante) de los chilenos orienta graciosamente la memoria selectiva a los grandes momentos de la selección. Cuando el equipo todavía era dirigido por un Sampaoli enfocado en los objetivos y pisando firmemente la tierra; cuando al técnico le quedaba espacio en el bolsillo para echarse más plata en Chile; cuando los jugadores referentes aún se estimaban lo suficiente como para ser solidarios dentro y fuera de la cancha; cuando todavía las cargas físicas sistemáticas a las que eran sometidos en sus respectivos clubes no hacían mella cada vez que tenían que defender la Roja; cuando las opciones de futuros contratos millonarios no eran antepuestas a los intereses de la selección; cuando la ambición por seguir trascendiendo futbolísticamente no era opacada por el conformismo propio del deportista nacional.
Claro, si la relación comparativa es con la selección que, pese a tener un entrenador mediocre y pusilánime como Pizzi, en la Copa Centenario goleó a México, doblegó a Colombia y le ganó la final por penales a Argentina, evidentemente que hoy habríamos disputado los octavos y, dependiendo del rival, habríamos accedido a los cuartos de final. Pero esa composición de escena es completamente artificiosa, un real embuste, porque el equipo que llegó a jugar el último partido de clasificatorias ante Brasil era un remedo incluso del que perdió en la Copa Confederaciones contra Alemania, hace casi un año exacto.
¿Qué equipo habría llevado Chile a Rusia? Sin duda, uno muchísimo más competitivo que el que ha parado Reinaldo Rueda en los amistosos en Europa. Uno muy parecido al que actuó en Rusia en junio/julio de 2017, pero que claramente venía en declinación y sin respuestas futbolísticas suficientes como para recuperar el nivel que lo ubicó como el mejor del continente. De hecho, la recta final de las eliminatorias dejó de manifiesto la depresión futbolística y el cansancio psicológico del conjunto. Eso, sin considerar que las individualidades que componían la columna vertebral, salvo quizás el caso de Arturo Vidal, todos ya exhibían una baja ostensible. Unos, producto del desgaste de intensas campañas en Europa; otros, afligidos por estar en la banca o tener escasa continuidad en sus clubes.
Entonces, esa selección que hoy estaría triunfando en el Mundial en la mente de la hinchada furibunda y de otros tantos que les gusta la demagogia, no es más que una ilusión óptica, un placebo, una mentira. Lo más cercano a la realidad es que con el equipo que llegó Chile a disputar los últimos dos partidos de las clasificatorias, que es la referencia más cercana, en Rusia 2018 acaso habríamos accedido a los octavos, pero hasta ahí nomás. Nos guste o no verlo por TV.