Las mujeres, más que los hombres, reconocen que toman decisiones basadas más en el sentir que en el pensar. Ambas son necesarias. Ambas son útiles.
Elegimos en función de lo que nos es más cómodo. Pero hay una sanción social, cultural, hacia este tipo de elección de parte de las mujeres. Y hay, en el mundo del trabajo sobre todo, un leve menosprecio hacia las elecciones influidas por el sentir.
Quienes defienden el sentir, suelen juzgar a los que eligen en función del pensar como personas sin corazón, fríos, duros, lejanos, usadores del pensamiento como defensa del sentir y, por ende, desprovistos de bondad. Al revés, quienes defienden el pensar y usan principios impersonales para tomar decisiones, opinan de los que privilegian el sentir como blandos, incapaces de usar mano dura, incapaces de hacer frente a las oposiciones con fuerza y valentía, demasiado emocionales, ilógicos, diletantes intelectuales.
Los grandes malos entendidos nacen de la expectativa de los "razonables" y los "sensibles" respecto del otro. Cada uno espera que los otros tomen decisiones de manera que no es "natural" para ellos, en el sentido de que no es parte de su naturaleza.
Como la educación formal tiende a privilegiar lo "razonable", las personas que por naturaleza son "sensibles" tienen muchas oportunidades para desarrollar la razón como necesidad de tener logros. No pasa lo mismo con los racionales, que tienen menos oportunidades de aprender e integrar el aspecto más afectivo en la vida académica, laboral o pública. Son calificados, a veces, como primitivos afectivamente.
La mejor solución para evitar malos entendidos en las relaciones personales, ya sea en el trabajo o en la vida social, familiar o amorosa, es que ambas formas de tomar decisiones sean incorporadas, aceptadas y apreciadas en la sociedad. Porque son complementarias. El "sentidor" (así los vamos a llamar) requiere a un "razonador" para conocer otros puntos de vista. Y viceversa. Ambas formas deberían ser complementarias, a pesar de que con frecuencia, en la realidad, se transforman en oposiciones inflexibles.
Cuando un sentidor comprende que el pensador tiene emociones, aunque estén escondidas, y cuando el pensador asume, acepta, es capaz de ver que el otro tiene un pensamiento lógico, aunque no siempre verbalice esta lógica, los malos entendidos tienden a disiparse.
Y recién entonces la verdadera realidad se hace evidente.