Ya se fueron Alemania, España y Argentina, lo que es una sangría para los pronósticos. Se marcharon sin jugar bien y sin responder a un favoritismo bien fundado, por tradición, juego e individualidades, pero que en los dos últimos casos se vio muy condicionado por el convulsionado ambiente interno que sacudió a sus planteles.
Y lo que es más trascendente, se fueron los dos principales jugadores del mundo, que se han disputado sin contrapeso el Balón de Oro en la última década. Messi dijo adiós cerrando un ciclo donde siempre se quedó sin premio, pero, lo que es peor, dejando en claro su falta de liderazgo para afrontar momentos difíciles. Cristiano Ronaldo está eximido de un juicio más lapidario porque objetivamente el campeón de la Eurocopa tiene un plantel de menor jerarquía que el de los albicelestes, pero fue evidente que en el marcado individualismo de su juego terminó por perjudicar sus ya mermadas opciones.
Ambos ratifican que gran parte de su brillo radica en jugar en dos selecciones del mundo como lo son el Barcelona y el Real Madrid, donde no deben hacerse cargo de toda la responsabilidad de llevar la tarea adelante. Messi ganó el Balón de Oro de 2010 en una injusticia de marca mayor (porque el premio debió ganarlo Iniesta), y Cristiano en 2014, donde el alemán campeón del mundo mejor calificado fue Neuer, en tercer lugar.
Se supone que este año el trono está vacante, por más méritos que haya hecho el luso al ganar otra Champions. Y los candidatos no se ven claros. Neymar, Griezmann, Mbappé, Lukaku o la dupla Cavani-Suárez pueden sumar preferencias, pero están lejos de una actuación que levante un reinado. Por el contrario, hasta ahora lo más impresionante es el colectivismo de Bélgica y el metódico trabajo uruguayo.
Porque Rusia 2018 ha sido un Mundial mezquino. Independientemente de la debatible espectacularidad que entrega el VAR al aumentar los penales sancionados y por ende los goles, no emerge un equipo que congregue adhesiones. Parece certificada la defunción de la posesión si no va acompañada del mínimo caudal ofensivo, por lo que no hay una táctica que deslumbre, como sí sucedió en mundiales anteriores. Todo parece limitarse a aprovechar las pelotas detenidas o a cobrar en acciones donde los espacios son vitales.
Hay algunas constataciones claves. África solo existe en la raíz que nutre a algunas selecciones europeas, porque sus equipos siguen luciendo una ingenuidad táctica impresentable. Japón -el único asiático en octavos de final- logró pasar merced a una jugarreta paradójica y dolorosa del fair play . Se verá una final inédita en las Copas del Mundo, y más vale que el que llegue desde la sorpresa tenga al menos brillo, que fue lo que se le perdió a Croacia después de ganarle a Argentina.
Se dirá, con razón, que siempre es así, y aquel que acelere desde cuartos hasta el final quedará en la historia con los laureles y el pasaporte hasta la inmortalidad. Pero pocas veces antes se vio tan poca innovación en el juego y falta de sorpresas en la táctica.