La Temporada Internacional Fernando Rosas de la Fundación Beethoven continuó el martes en el Teatro Municipal de Las Condes con la participación de la Hofkapelle Weimar, grupo de cuerdas constituido por 11 intérpretes (8 son damas, tema no menor en estos tiempos), que actúa bajo la dirección del excelente chelista Peter Hörr, quien nos ha visitado anteriormente integrando diferentes grupos de cámara.
La Hofkapelle representa la modalidad muy común de seleccionar a buenos intérpretes jóvenes para efectos de giras o grabaciones. Por ello, la unidad de visión interpretativa está garantizada por el "convocante" (Hörr) frente a un grupo en permanente rotación. Los resultados no siempre son buenos, pero en el caso de la Hofkapelle Weimar, descontando ciertas crudezas de sonido, fueron de gran calidad.
El concierto se inició con la cuarta de las seis sonatas para cuerdas de Gioacchino Rossini, obras escritas a los 12 años, y que el autor recordaría, después, como "horrendos" pecados de niñez. Las obras, aunque exhiben increíble oficio, no pasan de ser piezas amables y encantadoras; en la hermosa versión destacó el fino sonido del concertino Moritz ter Nedden.
Peter Hörr fue el solista en el Concierto para chelo y orquesta Nº 3 en La Mayor, de Carl Philipp Emanuel Bach, obra muy representativa de su originalísimo estilo a horcajadas entre el Barroco, que se va, y el clasicismo, que se anuncia. Si la retórica del Barroco está aún presente en el primer movimiento, en el Largo maestoso se desata una hipersensibilidad extrema al servicio de la expresión de las pasiones del alma. Hörr y el conjunto, atentos a cada mínima inflexión emocional y expresivas ornamentaciones, produjeron una atmósfera suspendida que dio paso a un virtuoso Allegro assai , culminación de una notable entrega.
Mahler se hizo presente dos veces en la segunda parte del concierto, con una versión de cámara del Adagietto de su Quinta Sinfonía, y con su versión para orquesta de cámara del Cuarteto Opus 95 "Serioso", de Beethoven. La primera obra fue cuidadosamente ejecutada, en el marco de una dinámica sutil muy bien graduada. La segunda hizo justicia a uno de los cuartetos más "crípticos" de Beethoven y donde la conciencia del autor de estar frente a una encrucijada en su estilo queda demostrada en dos hechos: en sus palabras, este cuarteto es "para conocedores y no debe ser tocado en público"; además, pasaron 15 años antes de la composición del siguiente cuarteto.
Después de tanta seriedad, fuera de programa, dos movimientos de los Divertimentos K.V. 136 y 138, de Mozart, iluminaron la sala y al público algo inerte que la colmaba.