En una época en que nos hemos habituado a malas noticias provenientes de Europa, hay que prestar atención a España. Sin producir mucho ruido, ha protagonizado últimamente eventos que son ejemplos para el mundo entero.
En los últimos días el cuñado del rey ha entrado en prisión y el presidente del gobierno ha sido censurado por el parlamento, en ambos casos como resultado de fallos judiciales sobre tráfico de influencias y corrupción. Por sí mismas no son noticias muy edificantes, pero queda demostrado que en estas materias España no se da licencias, con instituciones judiciales que actúan con una independencia ejemplar.
Con una mezcla de ambición, voluntad y astucia, Pedro Sánchez, el joven líder del PSOE, consiguió lo que parecía imposible: los votos para expulsar al Partido Popular del gobierno. Mariano Rajoy se va rodeado del respeto general. Tomó las riendas de España cuando esta era azotada por la crisis económica de 2008, y la sacó adelante. Tuvo que encarar el autogolpe que dio el independentismo catalán (el llamado procés ), defendiendo el orden institucional y evitando la violencia. Junto con dejar La Moncloa, ha renunciado al liderazgo de su partido y a su cargo de diputado, abandonando totalmente la política para retomar su puesto de conservador de bienes raíces en una localidad de provincias.
Lo de Sánchez es una demostración de las sorpresas que da la política, y de las virtudes de un régimen parlamentario. Llegó a la Presidencia por accidente. Aunque es minoría en el parlamento, no parece dispuesto a ser un mero paréntesis ni a perder el tiempo. Dio una señal formando el gabinete con mayor presencia de mujeres en toda Europa, incluyendo las carteras de Economía y Defensa. Exoneró de inmediato al nuevo ministro de Cultura cuando se supo que años atrás había eludido impuestos. Permitió el desembarco en Valencia del buque "Aquarius", que deambulaba por el Mediterráneo con 620 inmigrantes africanos a bordo, marcando una nítida diferencia con el nuevo gobierno italiano y colocando de inmediato a España, junto a la Francia de Macron y la Alemania de la complicada Angela Merkel, en el eje de la defensa de los ideales europeos amenazados por la ultraderecha y los nacionalismos. En lo interno, ha anunciado la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, para hacerlo "un memorial sobre la lucha contra el fascismo". Este conjunto de iniciativas le permite a Sánchez consolidar la frágil coalición que lo colocó en el gobierno, materializar su deseo de terminar la legislatura, en 2020, y proyectarse en la escena europea como el retorno de una "izquierda responsable".
Sánchez tiene que asegurar que la recuperación económica siga su marcha, y para ello nada mejor que mantener -como lo ha anunciado- el presupuesto establecido por Rajoy. Tiene que gestionar la fuente de inestabilidad y división que representa la masiva inmigración proveniente del norte de África. Pero sobre todo tiene que encarar la cuestión de Cataluña, lo que pasa por una negociación con el independentismo catalán: Sánchez no tiene las amarras ni la rigidez de Rajoy, pero tendrá que actuar rápido, correr riesgos y alcanzar acuerdos, tal como lo hizo para ganar la Presidencia.
En los años recientes, España ha mostrado una resiliencia que es un ejemplo para Europa. Ha superado la crisis económica, ha combatido la corrupción, ha evitado el surgimiento de la ultraderecha, ha revitalizado el sistema político con la incorporación de nuevas fuerzas como Ciudadanos y Podemos, y ha rejuvenecido sus liderazgos. No sabemos aún cómo le irá en el Mundial de Rusia, pero si lo hace bien, sería otro motivo para tener ojo con ella.