El jueves pasado, a eso de las 4:00 de la tarde, me sobresalté con los gritos de júbilo que salían desde oficinas cercanas. Después comencé a sentir las bocinas de los autos en la calle. "Ti, ti, ti-ti-ti; ti, ti, ti-ti-ti".
- "¿Qué pasa?", "¿por qué celebran?", pregunté.
- "Es que ganó Croacia", me respondieron.
Me llamó la atención. "¿Será que la popularidad que tienen en redes sociales personajes como Boric, Luksic y la Tere Marinovic se pasó del mundo virtual al mundo real, y ahora todos somos procroatas?", pensé por un segundo.
Pero luego entendí que el jolgorio no era por el triunfo de Croacia en el Mundial, sino por la derrota de Argentina.
Se me vino a la mente Jorge Sampaoli, el ex entrenador de la selección chilena que hoy dirige a los argentinos. Supuse que la bronca de la calle en Chile es contra él. Lo culpan por la no clasificación de La Roja al Mundial. Su controvertida renuncia habría desencadenado una crisis que terminó con nuestra eliminación.
Y entonces los bocinazos constituían, más que un desahogo tardío, el cobro de una cuenta en mora. "Por tu culpa no estamos en el Mundial y por eso nos alegramos de que te esté yendo mal en él", sería la lógica. La "ley del talión" (o del "ojo por ojo") y la "ley del karma" parecían fundirse en un solo acontecimiento sobrenatural que llenaba de dicha a no pocos chilenos.
Escuché decir a unos compatriotas en la radio que inesperadamente estaban disfrutando del Mundial, gracias a lo mal que les estaba yendo a argentinos y peruanos. Como ellos se habían portado mal con nosotros, ahora era un agrado verlos sufrir.
Pero no nos engañemos. En ese placer maligno también se esconde la xenofobia.
Igual que en el tema de los ecuatorianos presos por asesinar a una mujer y que luego fueron brutalmente agredidos en la cárcel. "Pidan perdón a Chile", les decían los otros reos mientras les daban golpes eléctricos con cables a 220 volts.
Y es que me llamó la atención que algunas de las mismas personas que repudiaron a Donald Trump por su (repudiable, claro) política de separar a las familias de los inmigrantes ilegales en Estados Unidos -por cruel- apoyaban la golpiza a los inmigrantes ecuatorianos en la cárcel. Porque como ellos hicieron algo atroz, se merecían el castigo. Ojo por ojo.
Pero es que ambas acciones, la de Trump y la de los presos justicieros, son crueles.
"Tienes razón", me dijo un amigo cuando le expuse esta tesis. "No hay que torturar a los ecuatorianos, pero al menos hay que expulsarlos de Chile", retrucó. "¿Y si tienen hijos chicos en Chile, también se les expulsa?", le pregunté. Y me volví a acordar de la (repudiable, claro) política de Trump de separar a padres e hijos mientras se juzga a los primeros.
Los casos no son idénticos, pero a la larga se pueden terminar pareciendo. Por eso hay que tener ojo con criticar la crueldad con los inmigrantes ajenos y no fijarnos en la crueldad con los nuestros. Aunque hayan hecho cosas atroces.
Ojo con la ley del "ojo por ojo". Y también con la ley del karma. Yo les tengo respeto a las dos. Aunque a la que le temo es a la "Ley de Moraga".
Ya veremos si es esa la que le caerá a Sampaoli el martes.