Una cosa es ser obsesivo, otra cosa es tener a veces obsesiones. Estas, las que son escasas y sobre temas puntuales, son normales y solo indican lo importante que es algo en concreto para cada uno y el temor a que no se cumpla. Estas, las obsesiones normales, podemos controlarlas sí y solo sí les ponemos nombre. Decirnos: "Ando obsesionada con esto" es el primer paso. Ya hicimos el primer acto de humildad que es pasar de llamar "preocupación" a lo que ya se ha convertido en obsesión.
En la preocupación hay siempre un impulso a resolver, no así en la obsesión, que se instala en nuestra vida y pensamiento como un invasor, que no tiene la menor intención de ceder su territorio y dejarnos libres y en paz.
Cuando un enemigo nos conquista podemos darle la guerra o, si estamos muy ocupadas y aburridas de las guerras, podemos cederle un territorio.
El cerebro es generoso en donarle espacios a los invasores. Pero requiere el permiso y el compromiso nuestro de entregar ese territorio y darse por vencidos. A veces, con la secreta intención de volver a la carga cualquier día y darle la guerra hasta vencerlo. Ese momento, cuando lo elegimos nosotros, es porque nuestro ejército de rescate está en condiciones de ganar. Lo otro es la neurosis, la compulsión a dar guerras perdidas y morirse de cansancio. Propongo, cuando se trata de obsesiones, recurrir a la idea de los huecos, o huequitos, según la magnitud del problema. Primero debo diagnosticar este pensamiento y preocupación recurrente e inútil como una obsesión. Luego debo asignarle un espacio en mi cerebro, cuya puerta y cuya llave lo controlo yo. No estamos haciendo un acto violento de expulsión de la obsesión, estamos dándole un espacio, desde donde podrá a veces salir y ocupar el territorio que necesita. Estamos dándole un recreo. Sabemos que mientras dure el recreo ella va a querer ocupar todos los espacios, pero no vamos a pelear porque eso sería solo agrandarla, tanto que luego no cabrá en ninguno de los huecos disponibles. Es importante saber que las obsesiones nos hacen ser otro que el que somos normalmente, y que eso es peligroso en nuestra identidad.
Nuestras relaciones y juicios cambian de color, la obsesión los tiñe. Pero también podemos revisarla, entenderla, descomponerla en pedacitos como un rompecabezas, y si encontramos una clave de su origen, entonces recién la podemos disolver porque podemos hacer un diálogo desde la cordura y el cariño.