Desde la naturalidad y delicadeza con que se ha decorado el interior de la carpa con frágiles varas de madera, "Amaluna" se anuncia al espectador como un show distinto a los que el Cirque du Soleil tenía acostumbrado al público local. Sin la dramática perfección de "Korteo" o la impetuosa ejecución circense de "Kooza" -y por cierto, sin la ambición estética y sonora de "Séptimo día"-, este nuevo show de la troupe canadiense pone el acento en atributos como el poder de los ciclos, la belleza de lo frágil y la fuerza de lo sutil. No es de extrañar, entonces, que este show haya sido concebido por una mujer -Diane Paulus- para tributar a la femineidad.
"Amaluna" está protagonizado mayoritariamente por mujeres, diosas, amazonas y magas que habitan una isla. Son ellas las que ocupan los tradicionales roles de maestra de ceremonia y clown , que son conservados en el nuevo circo para hilar los entreactos. La conductora de esta historia que narra el paso a la adultez de una joven rubia y virginal es una imponente cellista, que deambulará por la pista -que a ratos es giratoria- ejecutando las cuerdas con el arco como si ello le fuera tan natural como caminar. Los segmentos de humor se encuentran a cargo de una colorida y enamoradiza nodriza, que recordará el personaje propuesto por Shakespeare para su principal tragedia de amor.
No es gratuito, entonces, que el joven náufrago que despierta las primeras pasiones de la núbil protagonista se llame Romeo. Ella, a su vez, recibe el nombre de Miranda, heroína de otra obra cumbre de Shakespeare: "La tempestad". En esa pieza, una de las más maduras del inglés, cuando se manifiestan más claramente las fuerzas de la naturaleza -casi desde una mirada mágica o esotérica- como personajes de su creación.
Y la búsqueda de armonía de esas fuerzas es lo que la secuencia de actos de "Amaluna" viene a simbolizar; porque el tránsito de Miranda hacia la adultez es guiado por su madre, Próspera (otra cita al bardo), dejando que experimente todo el poderío que el fuego, el agua, el viento y la tierra le pueden proveer. Esto, en clave circense, se traduce en números tan etéreos como dejar una gasa gigante a merced de la fuerza invisible de unos ventiladores, o tan pasionales como hacer que un hábil contorsionista que representa el fuego de una mitológica salamandra se oponga a que los sentimientos del agua -o la Luna que una trapecista encarna desde el aro en altura- se apoderen de Miranda.
La lección más importante para la joven -y el cuadro más arrobador para el espectador- es la del equilibrio, encarnado en una hierática diosa que, sin decorados ni música de fondo, se planta sobre delgadas y largas nervaduras de palma, de diferentes dimensiones, para ir cogiéndolas con sus pies y pasándolas a sus manos para armar un frágil estructura gigante que hace que la platea contenga -prolongadamente- la respiración.
Gran Carpa Ciudad Empresarial. Hasta el 1 de julio.