En la lucha por convertirse en el mejor jugador de la Copa del Mundo, Cristiano Ronaldo sacó una gran ventaja en el arranque. Su monumental actuación frente a España no solo les arrebató el triunfo a los hispanos, sino que además lo consagró -nuevamente- como uno de esos monstruos que pueden arrastrar a su equipo a logros impensables.
En esa lucha, Neymar demostró que físicamente no está a punto, pese a estar rodeado de individualidades que pueden facilitarle el trabajo. Frente a los suizos tuvo chispazos, pero volvió a demostrar su inmadurez, que ya le ha significado llegar muy atrasado a la disputa del mejor del mundo, más allá de los millones que los clubes están dispuestos a pagar por sus servicios.
Lo inquietante es lo de Lionel Messi, un genio atrapado irremediablemente en el marasmo de sus propios miedos. Su lamentable actuación frente a Islandia volvió a enfrentarlo con las críticas sobre su real capacidad en los momentos claves. Ha quedado claro en las últimas finales perdidas, pero también en el Barcelona, cuando las definiciones últimas lo obligaban a mostrar jerarquía. Que sí ha tenido Ronaldo en el Real Madrid.
Messi es propietario de la conducción más exquisita de los tiempos modernos. De una capacidad increíble para aprovechar los espacios, para encontrar las líneas de conexión con compañeros dotados, como lo demostró en la época de Guardiola. En la selección fue capaz de llegar a tres finales en los últimos cuatro años, pero salió de todas con la amargura a cuestas, con más ganas de abandonar que de reincidir en busca de la única medalla que le va faltando.
La historia que todos conocemos de la última década también la entendía Jorge Sampaoli, quien siempre soñó en diseñar la estructura precisa para rodear al rosarino. Pero en su primer examen mundialero, mostró las mismas confusiones de sus antecesores. Y lo que es peor para la Albiceleste, una tibieza táctica que no se condice con todo su pasado como entrenador.
Costó encontrar al Sampaoli de siempre frente a Islandia. Y no solo por el férreo esquema de los vikingos, sino por sus propias ataduras. Los laterales jamás hirieron, los volantes no fueron generosos, no se abrieron espacios para que Messi tuviera claros o para que el resto aprovechara los que él generaba. Algo parecido a las finales anteriores.
El entrenador casildense -a quien llegamos a conocer en su máxima expresión ganadora- está donde siempre quiso estar, pero no interpretó el libreto que más le acomoda, quizás por la evolución que tuvo su propio esquema, o porque quedó condicionado por un plantel que gira en torno a su estrella, hasta ahora sin resultados.
Por ahora, Rusia entrega un notable espectáculo. Y tres de los grandes candidatos mostraron su impotencia con resultados que no esperaban. Para aumentar la pasión, el goce y la incertidumbre.