Es difícil discrepar. Pero si no lo vivimos como una oportunidad de conocer otros horizontes nos empobrecemos. Los demás seres humanos pueden volverse odiosos, pueden convertirse en enemigos, pueden dejar de ser interesantes para convertirse en enemigos.
¡No discutan!, dicen los demás, dejándonos sin espacio para conocer otras miradas y exponer las propias.
A veces no discrepar, no discutir, no intercambiar ideas, por miedo a que las discrepancias se agiganten, solo empobrece la convivencia y nos va encerrando lentamente en un cuadrado claro y seguro, muy poco interesante, muy poco enriquecedor. Más grave aún. Nos va haciendo intolerantes.
Ni siquiera es la gran intolerancia de los voceros fanáticos, de los convencidos a muerte de que A es siempre A, que no resisten la incertidumbre de intercambiar ideas o de poder estar equivocados, o de que en el mundo existan versiones diversas de la realidad. Es la pequeña intolerancia, la de los detalles la que es pequeña, arrogante, y asfixiante. Esa es la que genera esterilidad. Porque es la quiebra del horizonte.
Basta con imaginarse el horror de la prisión para entender cuán importante es el horizonte. Quedar encerrado, sin vista al infinito, o por lo menos sin otra vista que la misma cada día, sin cambios, sin colores nuevos, sin alternativas. El horizonte es necesario, bueno y bello.
Pero también hay que imaginarse que los espacios abiertos, con horizontes sin límites, pueden producir miedo, fobia. Por eso que todos tenemos algunos o varios o muchos lugares con horizontes acotados. Nos definen, nos dan seguridad y nos dan identidad.
¿Cuál será entonces el punto adecuado para abrirse al horizonte y a la vez guardar sus rincones seguros? Es difícil decirlo y varía según el período de la vida en que estemos y las experiencias que estemos viviendo. Pero escuchar al otro, discrepar, preguntar, tratar de entender por qué piensa y cree cosas tan distintas a las mías, es un requisito no solo de la convivencia sino también de la imaginación y la creación y de cambio. Para que eso se produzca, hay que erradicar la intolerancia. Es una señal de pobreza, de miedo, de falta de raíces. Lo que aparece como convicción suele ser miedo o intolerancia cuando ni siquiera podemos escuchar al que piensa distinto. Es un acto que parece arrogante, pero que generalmente es inseguridad.