En principio, el anuncio en la cartelera local de "Polvo eres" tiene categoría de gran evento. Es el montaje de un texto desconocido en Chile de Harold Pinter, "Ashes to Ashes", una de las piezas llamadas 'políticas' escritas en los años 90 por el virtuoso dramaturgo inglés Premio Nobel 2005 (aunque en verdad, toda su creación tiene connotaciones políticas). Debut además de la obra que varios críticos calificaron como la más interesante de ese período, que se produce en el año en que mundialmente se conmemora una década de la muerte de uno de los mayores y más influyentes poetas dramáticos de la escena moderna. Por estas razones, el proyecto lo respaldan el British Council, el Consejo de las Culturas y las Artes y dos universidades.
La entrega se abre sobre una magnífica e impresionante escenografía corpórea de German Droghetti, en la que se representa un elegante living cuyo frondoso jardín exterior amenaza con invadirlo todo (y de hecho, mientras la acción avanza, las paredes se van filtrando de agua). La primera mirada entonces aumenta las expectativas. Pero a poco andar queda claro que la enorme complejidad y exigencia interpretativa del propósito quedó totalmente fuera de las capacidades artísticas del director y sus actores.
El acto único propone, con el sello característico del autor marcado por la ambigüedad y la provocación, un diálogo entre dos amantes o cónyuges en que él le reprocha a su pareja el haber tenido -hace poco o tiempo atrás- una aventura de rasgos sadomasoquistas con otro hombre, lo que le repugna y fascina a la vez. Pronto ella empieza a interrumpir la confrontación relatando recuerdos, quizás pesadillas alucinadas, en que menciona a gente llevada a la fuerza en un tren hacia un campo de prisioneros, y a una madre cuya guagua le es arrebatada de los brazos (y parece sufrir una transferencia de personalidad con esa mujer).
El director Marco Espinoza pretende expresar en su enfoque que los atropellos a los derechos humanos en dictadura quedaron grabados a fuego en nuestro inconsciente colectivo. Los insertos en su adaptación -se habla del Estadio Nacional, a raíz de la ausencia de Dios, y de tomar onces donde hay una niñita llamada Betsy- suenan forzados y fuera de lugar. Claramente la metáfora que sublleva la ficción es mucho más profunda en el sentido político y metafísico. Sugiere que la violencia colectiva tiene una correspondencia estrecha y traumática con la violencia doméstica; que el poder es invulnerable y las atrocidades que provoca vuelven una y otra vez; que el ser humano es un animal feroz, lo que se hace evidente en el hogar y en la vida en comunidad.
Debiera ser tremendamente intenso, inquietante, rebosar en estímulos. Pero aquí en la escena parece no ocurrir nada que sea de interés o al menos comprensible. A los ejecutantes no se les cree ni una palabra, porque ni ellos mismos entienden lo que están haciendo. Su desempeño es totalmente externo y falso. ¿Cómo el director permitió una gesticulación tan prefabricada, de aficionados? ¿Y que el actor se apoyara en las paredes tantas veces? De vez en cuando la música de Alejandro Miranda interviene para subrayar un clima de sobresalto que no se asoma por parte alguna.
Sala Agustín Siré. Jueves a sábado a las 20:00 horas. Hasta el 16 de junio.