Por distintas razones, los relatos de Izkra Pavez Soto reunidos en Mifragio y los que Mario Guajardo Vergara presenta en Las armas que no disparamos , primer libro de cuentos de cada uno, provienen de dos laboratorios narrativos diferentes.
El efecto estético que despierta un texto literario es un propósito añadido en los cuentos de Izkra Pavez. La dedicatoria del volumen anuncia que la utilidad social será su función narrativa dominante, la cual es confirmada al finalizar el libro con el texto "Mifragio" (mi voz frente a sufragio: la voz de algunos de los otros). En consecuencia, son más bien escenas que representan momentos de la condición actual de la mujer y del hombre en nuestra criolla sociedad posmoderna. Cuentos de víctimas y de victimarios dibujados con un estilo directo, sencillo, lineal y desnudo de figuras retóricas. "La marcha de los niños" apunta al maltrato infantil provocado por los criterios machistas de educación; "Luciano Poblete" introduce la figura de otro marginado de nuestra sociedad, y los cuentos "El canal" y "La señora de la plancha" conducen la mirada del lector hacia la desaparición y transformación de modos de vida y de conciencia producidos por el progreso económico actual. Sin embargo, la mayoría de los relatos gira en torno al tema que domina los intereses narrativos de la autora: la condición marginal y victimizada de la mujer en una sociedad donde, por diferentes razones, perviven los principios que siempre la han sostenido. El origen de las humillaciones que la sociedad machista reserva para la mujer es representado en "Pechitos"; su transformación en objeto sexual aparece en "Tacones besados"; los engaños y mentiras que la esperan son el motivo de "El atril y la lluvia"; la autoficción "La teoría del rechazo" delinea la figura desechable de la mujer tanto social como afectivamente y, para terminar con estos ejemplos, el cuento maravilloso "Cielito" metaforiza la única puerta de fuga a su condición victimizada.
Izkra Pavez describe el propósito social que cumplen sus relatos en el prólogo "Sacar la propia voz". Mario Guajardo Vergara cierra su libro con la narración "Pretextos mentirosos para estos cuentos" que entrega antecedentes sobre el origen de cada uno y que también pudiera considerarse tan ficticia como ellos. Compartir la necesidad de escribir declaraciones de principios es lo único en común. Los relatos de Mario Guajardo provienen de un laboratorio que subraya el indispensable valor estético del lenguaje para establecer una efectiva comunidad de intereses con el lector. Valga lo que parece perogrullada: subraya el valor literario del relato. En el lenguaje de "Las armas que no disparamos" se sienten sobrevolar las sombras benéficas de Borges o de Roberto Bolaño (Mario Guajardo ha publicado un libro sobre su narrativa) y la primera frase del cuento inicial del volumen: "La aparición de José Ramón espantó el peso delincuente de la soledad y del verano", nos anuncia el lenguaje vivaz e ingenioso con que se narrarán historias que no por desesperanzadas son menos chispeantes y atractivas. Excepto el mencionado "Pretextos mentirosos para estos cuentos", los seis relatos que componen el volumen ponen al lector en contacto con diferentes heridas, humanas y sociales, de la realidad que hoy vive Chile como herencia del golpe militar de 1973. Me refiero a tres de ellos, aunque todos destacan como piezas literarias de calidad: "Betiane" enfoca la dura y contradictoria situación que viven los inmigrantes haitianos en nuestro país; el motivo de la traición, tan frecuente en la literatura posgolpe, es ahora fuerza conductora en el mundo delincuencial ("Camino al cielo") y "El comandante, la puta, el detective y el testigo" exhibe una excelente construcción narrativa que intencionalmente desorienta al lector para llevarlo después de manera inesperada y veloz al desenlace.
Dos breves libros de cuentos que interesarán a dos tipos de lectores: a quienes consideran que la literatura es más documento social que objeto artístico y a los que piensan viceversa.