Thelma acaba de entrar a la universidad. Viene de un pueblo noruego muy pequeño y, desde su llegada a Oslo, todo le parece fascinante: cursos, compañeros, vida urbana... Cada noche llama a sus padres y les hace un detallado resumen de la jornada, pero día a día ese "informe" se hace más escueto; cada vez ella se guarda más, sobre todo desde que conoce a Anja, una chica por la que ha llegado a sentir algo más que amistad. Extremadamente conservadores, sus papás jamás comprenderían lo de Anja, piensa una cada vez más aterrada Thelma. Entonces comienzan sus ataques y desmayos, y luego el colapso.
Vista así, la nueva película del danés Joachim Trier no es sino otro eslabón en la ya inmensa cadena de filmes que se alimentan de temores (y terrores) adolescentes, casi todos descolgados de las ansiedades plasmadas por Stephen King, primero, y por Brian de Palma, después, en la imitadísima "Carrie" (1976), cuya estructura no puede ser más simple: una protagonista inocente, mancillada o violentada en un nuevo entorno, que gatilla poderes ocultos que se vuelven incontrolables y redundan en la destrucción de enemigos y seres queridos. La metáfora de fondo suele ser clara: el traumático tránsito hacia la adultez en un inflexible escenario de represión.
No costaría nada aplicar esa definición de texto a la cinta, sobre todo porque esta la sigue casi al pie de la letra, modulando sin fisuras las reacciones de un espectador que ya no se sorprende con los lugares comunes del formato; sin embargo, la jugada de Trier resulta y con creces: si bien uno puede predecir las reacciones que la pobre Thelma tendrá a medida que se desarrolla su pesadilla -alegría, fascinación, culpa, ansiedad, hasta desembocar en el horror-, la trama adquiere nuevo significado en la medida que situamos al filme y su protagonista en el escenario reivindicativo de #MeToo y el reciente movimiento antiabuso femenino. En ese marco, Thelma es una joven en trance de reclamar para sí una cuota de poder y libertad que, una vez visualizada, será defendida incluso contra el propio deseo de proteger a los suyos. La pulsión es inmensa, y el filme acierta al evitar expresarla como elemento de caos (como ocurría en "Carrie"), para en cambio plantearla en términos de superpoder, de fuerza desatada en busca de control. Así las cosas, es relativamente fácil imaginar a nuestra heroína como una posible enrolada en la academia mutante de los X-Men, con una trágica "historia de origen" y remordimiento incluidos.
Trier nunca lo sugiere frontalmente, pero al combinar el germen del superhéroe con el impulso neofeminista, su filme salta rápido desde lo totalmente predecible a lo genuinamente inquietante. Las preguntas se multiplican. Efectuada la previsible revancha, ¿contra qué se dirigirá el poder, o la furia, de Thelma? ¿Algo garantiza la seguridad futura de sus cercanos, incluyendo la de alguien tan querido como Anya? ¿Cómo será su relación con los otros, ahora que se sabe empoderada? Son interrogantes familiares y recurridas en el mundo de los cómics y la gente con capa, pero al ser planteadas en el ámbito del feminismo se tornan relevantes y radicales. Tal como el tío Ben le dice a su sobrino Peter Parker, futuro hombre araña: "Con un gran poder viene una gran responsabilidad."
THELMA
Dirección de Joachim Trier.
Con Eili Harboe y Kaya Wilkins.
Dinamarca, 2017, 111 minutos.