Anatomía de un escándalo, primera novela de Sarah Vaughan, es varias cosas a la vez: un relato de suspenso; una disección del sistema de castas inglés que ha pervivido a través de los siglos; un manifiesto feminista con temas a la orden del día; una feroz sátira de la corrupción política, en especial esa que afecta a los tribunales; en fin, el retrato de un conjunto de personas que ejercen el poder o se cobijan a la sombra de él. Esta madeja de relaciones interpersonales se desarrolla mediante una técnica narrativa directa y fácil de seguir, como corresponde a este tipo de libros. Y además constituye un cúmulo de casualidades, coincidencias, parentescos, amistades y enemistades de toda la vida, a saber, todos se conocen, todos tienen que ver unos con otros, todos dependen de lo que hace tal o cual sujeto; este aspecto otorga a
Anatomía de un escándalo un alto nivel de artificiosidad, de inverosimilitud, que puede resultar un tanto absurdo, si bien lo pasamos por alto gracias a la fuerza y vigencia de la obra. Al principio, tampoco nos damos cuenta de la exageración de la intriga. Ni de que cuanto ocurre en ella afecta a un reducido grupo de individuos y no podría ser aplicable a toda la sociedad británica, más variada, multifacética y pluralista que lo reflejado en
Anatomía de un escándalo.
El meollo de la trama consiste en el juicio en contra de James Whitehouse por la violación a Olivia Lytton en un ascensor de la Cámara de los Comunes. James es un destacado dirigente del Partido Conservador e íntimo amigo del Primer Ministro; ella es una brillante investigadora y miembro de su equipo parlamentario. Ambos fueron amantes durante una época, aunque el vínculo terminó debido a que él optó por su esposa Sophie y sus hijos. En el estrado se enfrentan dos profesionales formidables: Ángela, la defensora, y Kate, a cargo de la acusación, junto a una serie de funcionarios que forman parte del Old Bailey, máxima instancia penal en Londres. Kate, Sophie, James y otros personajes que se sumarán a la historia provienen de Oxford, la más exclusiva de las universidades del Reino Unido y la que forma a la gente más rica e influyente de esa nación; si hemos de creerle a Vaughan, continúa siendo un núcleo donde priman el tráfico de influencias y una ancestral tendencia a la depravación. A medida que el conflicto avanza, nos vamos enterando de las biografías de cada uno de estos caracteres y como era dable esperar, dicho en buen chileno, todos tienen un hacha bajo el poncho. Algunos guardan rencores por motivos justificados; otros han sido incapaces de olvidar agravios y hasta crímenes nunca aclarados, y Kate, la protagonista, fue, hace 20 años, víctima de abusos indecibles por parte del encausado; en el presente, su nombre y su físico han cambiado hasta lo irreconocible, por lo que James jamás conocerá la verdadera identidad de la fiscal. En otras palabras, este proceso carece de un mínimo de imparcialidad, por más que los hechos que lo sustentan sean gravísimos y conformen el peor atentado a la integridad física y psíquica de una mujer.
Las páginas más candentes de
Anatomía de un escándalo son aquellas que exponen el interrogatorio al que son sometidos James y Olivia. Bajo el sistema de jurados, nunca se está seguro del resultado y por encima de las evidencias, siempre es necesario caerles bien, atraerlos, convencerlos con argumentos extralegales, más cerca de la empatía psicológica que de los elementos propiamente jurídicos. Y esto se aplica, sobre todo, al contencioso entre Olivia y su jefe. A mayor abundamiento, probar los delitos de naturaleza sexual siempre es una tarea cuesta arriba. En este caso, el problema central reside en saber si hubo o no consentimiento en el fogoso encuentro que mantuvieron dentro de ese lugar tan inhabitual y tan público de una venerada institución, máxime si el
affaire llevaba un buen tiempo. Las preguntas que formulan Kate y Ángela son de una crudeza abismante, planteando, aun para los estándares actuales, detalles de perturbadora intimidad, detalles que, de paso, pueden destruir el equilibrio mental de la demandante o la reputación del imputado. Asimismo, la virulencia de los ataques y contraataques es tan devastadora, que llega un momento en que nada se respeta, puesto que la desmedida ambición de Ángela y Kate, vale decir, su deseo de ganar a toda costa, se convierte en el factor predominante de un litigio que acapara la atención de la totalidad de los medios de comunicación. Bueno, se ha dicho tantas veces que la administración de justicia en Gran Bretaña es la mejor del mundo, que, gracias a la literatura, el cine y la televisión, uno acepta dicha idea como axioma. Muy por el contrario, se diría que Vaughan está empeñada en decirnos que tal como sucede en el resto de su país, ahí todo está podrido y todo depende de la clase social de los participantes.
Anatomía de un escándalo presenta una variante inusitada en este tipo de narraciones. El drama no termina cuando se dicta sentencia, sino que continúa con las sucesivas transformaciones de numerosos actores, en particular Sophie y Kate. La primera asiste al desmoronamiento de sus valores y del ambiente en el que ha crecido. La segunda debe conformarse con el fracaso, pero como ha pasado por lo peor ,saldrá victoriosa del trance. Esta es la parte menos lograda del
thriller y Vaughan cae en divagaciones, esboza teorías, se pierde en episodios secundarios. Aun así, leemos sin pausa esta ficción.