Tal parece que al Teatro Nacional le hizo muy bien la designación de Ramón Griffero como su nuevo director. Ver "La iguana de Alessandra" -la primera comedia escrita y dirigida por él y el estreno que inicia esta nueva etapa- da la impresión de que el conjunto de la U. de Chile recupera al menos parte del poder de convocatoria y el brío artístico de la compañía que fue eje del quehacer teatral capitalino en sus comienzos, alicaída por demasiado tiempo, agónica ahora último. Así lo sugiere la solidez y atractivo del montaje y el entusiasmo que este despierta en el público que repleta su sala.
Alegre sin duda, más lúdico que sus títulos anteriores, el texto más reciente de Griffero es otra abigarrada yuxtaposición de fragmentos con géneros dispares que sobrepone libremente como se espera de quien introdujera en los 80 la posmodernidad en nuestro teatro. De leerlo uno se pregunta cómo otro director pondría en escena esto que es apenas un esquema-guía para crear un universo que solo existe en su mente. Aquí enfatiza además su gusto por el enigma: tiene tantas elipsis y cosas sin explicar que puede que al final uno no sepa cabalmente qué es lo que vio. Pero el todo atrapa la atención. No se puede dejar de admirar la audacia de su imaginario, y de algún modo luce como si estuviera intentando fusionar las huellas de la tradición teatral impregnadas en ese escenario con la innovación.
Se vale de un pretexto simple y nunca bien determinado para disparar lo que sigue: Alessandra, quizás filósofa, casada con un astrónomo y madre de un liceano, por influjo mágico de una iguana mascota suya, parte -como la Alicia de Lewis Carroll- en un delirante viaje por el pasado o sueña una aventura imaginaria que la hace visitar distintos lugares y épocas del siglo XX. Su periplo recorre momentos históricos marcados por regímenes totalitarios y de culto a la personalidad, el fanatismo y el fervor revolucionario. Así de la evocación de Venecia bajo Mussolini, salta en un abrir y cerrar de ojos a la España franquista o a la experiencia del Frente Popular en Chile; de la China de Mao y su Revolución Cultural, al más reciente terrorismo de la yihad en el Medio Oriente. Y conduce a una conclusión ambigua: los ideales han muerto y las luchas son inútiles, pero no hay que permitir que nos avasallen.
Pese a su sustancia inasible, es una propuesta que seduce por su gran sentido del espectáculo. A ratos parece un cuento infantil para adultos o un divertimento multiforme, que alterna referencias políticas con la parodia burlesca; lo operático y números de canto y baile cercanos al musical, con recursos mágicos o absurdos. Hay hilarantes cuadros humorísticos de tono farsesco, bromas crueles y estereotipos folclóricos, en tanto contiene una conmovedora evocación de Federico García Lorca. En la grandiosa escenografía con su impresionante escalinata como las de las revistas, el elenco despliega afiatado trabajo en equipo, pero sus aciertos individuales no son parejos. La actriz protagónica, Paulina Urrutia, resulta algo amanerada y repite 'tics' que ya le hemos visto en obras anteriores, pero todo fluye mejor cuando uno acepta que ese es el estilo que ella impuso.
Sala Antonio Varas. De jueves a sábado, a las 20:00 horas. Hasta el 30 de junio.