Pocos artistas son capaces de reunir tanta belleza y dolor -y con tal contundencia- como lo hace Andrey Zvyagintsev en "Loveless", una película que taladra el alma del espectador y se queda adherida allí para siempre.

Si en la devastadora "Leviathan" (2014) Zvyagintsev nos dejó sin aliento con la historia de un hombre aplastado y destruido por el peso de un sistema perfectamente corrupto, en "Loveless" cierra el foco sobre la intimidad de un hogar que no es tal, arrojándonos un desolador retrato de una sociedad en la que priman la indiferencia frente al otro, la preocupación por el propio bienestar y la frialdad burocrática.

Candidata al Oscar 2018 como mejor filme de habla no inglesa (que ganó la chilena "Una Mujer Fantástica"), "Loveless" nos sitúa en las afueras de Moscú, donde se alzan unos departamentos. Para llegar desde su escuela hasta allí, donde está su casa, Alyosha (Matvey Novikov) bordea un bosque nevado, de árboles desnudos, cruzado por algunos riachuelos. Como cualquier niño de 12 años, en su caminata se entretiene con cualquier cosa, como una cinta plástica de las que usa la policía, olvidada entre las ramas, y con la que inventa algún juego.

Ese momento delicioso que cualquier escolar anhela -llegar a casa después del colegio- se ensombrece no más cruzar la puerta. Sus padres Zhenya (Maryana Spivak) y Boris (Aleksey Rozin) están en proceso de separarse y eso incluye la venta del departamento: y allí está su madre mostrando su habitación (su pequeño mundo) a un desconocido.

Zhenya y Boris -que han empezado a hacer sus vidas por otra parte- discuten no más se ven. Se enrostran lo que es evidente, que no hay y quizás nunca hubo amor entre ellos, que su unión fue un error.

Alyosha escucha los gritos de sus padres y su inocencia queda destrozada como por un rayo poderoso y cruel.

A la mañana siguiente Zhenya se encarga de darle desayuno a su hijo y este parte a la escuela.

Ocupados como están en sí mismos, no es hasta bien entrada la noche que Zhenya y luego Boris (quien ya ha dejado la casa familiar) se dan cuenta de que Alyosha no está por ninguna parte.

La búsqueda desesperada empieza en la estación de policía. Al Estado tampoco lo mueve que un niño, entre tantos, desaparezca en la inmensidad de sus territorios. Los más o menos indolentes funcionarios reciben la denuncia como corresponde. El gesto más humano que vemos es el de uno de ellos que, asumiendo tácitamente su propio desinterés, le entrega a la pareja el dato de una organización de voluntarios que ayuda en estos casos. Este grupo solidario -que sí se desvive por buscar a Alyosha- es una ventana de aire cálido entre tanta gelidez.

En esta forma de vivir y relacionarse, amar -entendido como postergarse gozosamente por un otro (un hijo, por ejemplo)- es un concepto fuera de sitio, absurdo.

Los adultos no son tales: su narcisismo es el de un adolescente, rayando en el hedonismo.

Cada imagen que captura Zvyagintsev tiene sentido y una carga narrativa vibrante y elocuente. Inmensos parajes fríos, interiores de aspecto acogedor, departamentos elegantes, subterráneos húmedos y lúgubres de edificios abandonados. Hay escenas tan sobrias como poderosamente expresivas, una de ellas de tal potencia dramática que en sí misma concentra la inmensidad del dolor que hay tras esta historia.

El realizador nos conduce a través de un relato muy dramático, pero que en sí mismo, en el estremecimiento que nos provoca, en el grito mudo con que interpela al espectador, encierra una esperanza.

"Loveless" es desgarradora, pero ineludible: su reclamo humanista no se puede dejar pasar.

Y como obra cinematográfica, una joya.

(En tienda Fílmico, Paseo Las Palmas).