Los factores centrales de "El bus" merecen que este montaje sea considerado. Primero, es la tercera obra que se estrena en Chile de Lukas Bärfuss, uno de los dramaturgos más alabados hoy en la escena europea. De este autor suizo (47) ya se conocieron aquí otros dos textos ("Las neurosis sexuales de nuestros padres" y "Petróleo") gracias al aporte del Festival de Dramaturgia Europea Contemporánea, que por desgracia expiró en 2011.
Luego, que el propósito lo aborda La Puerta, uno de los colectivos independientes de más interesante producción en los últimos 28 años, aunque estuvo inactivo en el reciente lustro. Entre otras, su línea de trabajo más apreciada fue la que se abocó en la pasada década a los autores de habla germana, lo que le valió a Luis Ureta, su director, el mote de experto chileno en "nueva dramaturgia alemana". Incluso, en 2004 el Festival de Salzburgo invitó su versión de "Electronic City", de Falk Richter.
Escrito en 2005, acá Bärfuss traza, con el feroz aliento poético y amarga lucidez habituales en él, otra crítica y demoledora radiografía de la descomposición en apariencia irreversible de la sociedad actual. Esta vez se concentra en la fe, que declara inviable en tiempos de descreimiento y fanatismos. Trata de una joven iluminada en peregrinaje a la procesión de la Virgen Negra de Chestochowa, en Polonia. Solo que se equivoca de autobús y despierta cuando el sádico chofer la expulsa por polizón del vehículo que se dirige en verdad a un sanatorio de alta montaña. Este es un mundo en que para llegar a un fin se suele tomar la ruta errada. La historia tiene algo de vía crucis y su protagonista recuerda lejanamente a Juana de Arco moviéndose entre brutal violencia y conspiraciones. Si bien el autor no juzga a sus personajes, ellos sin duda resultan odiosos por su barbarie y desidia moral.
Este es un colectivo con nueva formación: solo dos de sus miembros anteriores se repiten. Entre los cuatro recién integrados, la actriz protagónica -la debutante Tahina Johnson- sorprende por sus dotes expresivas. Pero el eje de La Puerta es Ureta, que con su probada creatividad construye una puesta distanciada, despojada de recursos y los actores sentados todo el tiempo a los costados, esperando a la vista su momento para entrar a escena. Hay súbitos movimientos de luces, a menudo incluso focos iluminando al público de frente. El enfoque solo sugiere los lugares de acción, y nunca pretende generar la ilusión teatral; busca más bien que el espectador se concentre en el texto, su sentido y carácter simbólico.
Así y todo, por los motivos que sea, el montaje -de 105 minutos- no logra la atmósfera adecuada, ni la intensa cualidad poética de la obra; tampoco su vibración mística. Tal vez el escenario no es el adecuado. El nivel actoral resulta dispar: los hombres tienden al grito y Tichi Lobos parece estar en otro estilo. En tanto, la intención de conectar el relato con la religiosidad popular local (un cántico de La Tirana abre la entrega) no encaja. Entonces el espectador sigue el esfuerzo y la historia con total desapego emocional e intelectual.
Teatro Finis Terrae. Viernes y sábado a las 21:00 horas. Domingo 19:00 horas. Hasta el 3 de junio.