Si la literatura ofrece una imagen alternativa de la realidad cotidiana, la novela A la cárcel , de Ricardo Elías (Santiago, 1983) es un excelente ejemplo de la metonimia.
A partir de un referente imaginario y otro real: el microcuento "El dinosaurio" de Augusto Monterroso (al que se le hace un guiño en el discurso) y, posiblemente, el incendio ocurrido el 8 de diciembre del 2010 en la cárcel de San Miguel, Eduardo Elías ha escrito una novela entretenidísima y tragicómica. Aunque si respetamos el desarrollo de su argumento, mejor escribir cómico-trágica.
La historia se ambienta en un recinto carcelario chileno donde los reos viven en condiciones miserables: "Las celdas olían a humedad, una humedad repugnante (...) Para quien llegaba por primera vez la sensación era horrible. Pero la costumbre, o la resignación, o una extraña mezcla entre ambas siempre terminaba triunfando. En esa cárcel nunca nada olía bien". Todos los presidiarios están allí porque han cometido crímenes, cuál más violento y sanguinario. Pero utilizando una perspectiva inversa capaz de convertir a los anti-héroes en héroes, y dotada de un sentido de humor narrativo que no se encuentra con frecuencia en la novela chilena, el narrador de Ricardo Elías pone un paréntesis a la literatura carcelaria criolla y logra lo casi imposible: despertar la simpatía del lector hacia personajes que representan a los peores delincuentes de nuestra sociedad.
El argumento es característico de la comedia guiñolesca: inverosímil y disparatado, con secuencias, como la de los ires y venires del personaje Galvarino, decididamente hilarantes. Un reo, Lalo Cartagena, carcomido por ansias de recuperar la libertad y el persistente recuerdo de una antigua novia, se encuentra inopinadamente con el esqueleto intacto de un hidrosaurio mientras cava un túnel para escapar de la prisión. Un grupo de reos amigos arman el fósil en la celda de Lalo, lo bautizan Juan Cachantún Faisle y deciden exhibirlo al resto del penal. El motivo de la búsqueda de libertad deja paso al del mundo al revés. El fósil del hidrosaurio provoca la transformación de los criminales: la biblioteca de la cárcel se convierte en el lugar predilecto; su director dicta conferencias sobre la historia del planeta a las que también asisten los familiares de los reos; en las celdas se organizan recitales poéticos mientras en los patios "se podía observar a presos leyendo, intercambiando libros, otros hablaban de filosofía. Un grupo se trenzaba en una enardecida discusión sobre la moral con una pasión que crispaba los pelos". Pero este mundo descabellado no puede perdurar. Dos obstáculos se le oponen temerosos de sus consecuencias: fuerzas interiores y exteriores, representadas por el gendarme Lillo y el Ministerio de Justicia, y, además, la violenta y despiadada lucha por el poder que se desarrolla en el interior de la cárcel paralela a la transformación de los reos. Tales conflictos conducen finalmente a la catástrofe que cierra el relato.
Aunque el lector encuentra algunas miradas críticas al mundo de afuera y pudiera asimismo derivar un implícito mensaje social en el conflicto entre redención versus estulticia del poder que sostiene más profundamente al argumento, A la cárcel no es una indagación sobre la psicología criminal ni sobre las deficiencias del sistema penal chileno. Es un relato lúdico, cuyos personajes principales no son dinámicos ni sugieren nada más allá de los comportamientos carnavalescos que observa el lector. Con la única excepción del Picle, quien experimenta una evolución que acapara simpatía y sonrisas, todas sus figuras centrales son planas y estáticas, y al final se revelan como los despiadados criminales que siempre han sido. Sólo se transforman los delincuentes que como telón de fondo constituyen la innominada comunidad carcelaria.
La perfecta sintonía del discurso del narrador, ágil, ingenioso y chispeante, con la peculiar naturaleza del mundo que presenta hacen de A la cárcel una experiencia de lectura amena y divertida que no se debiera dejar de lado.
El discurso del narrador es ágil, ingenioso y chispeante.