La Iglesia Católica chilena vive hoy su principal crisis en la historia de Chile. La Iglesia llegó con el conquistador en la dupla la cruz y la espada y fue parte del Estado de Chile, de acuerdo a la Constitución de 1833, hasta 1925, según la Constitución de ese mismo año.
La institución siempre tuvo a través de la historia sectores políticos sociales y culturales que se opusieron a su presencia e influencia; no obstante, siempre supo, como institución, enfrentar esos desafíos y salir adelante. Entre sus múltiples adversarios en los siglos XIX y XX estuvieron los patriotas independentistas, pues hay que considerar que la institución particularmente en su jerarquía no vio con buenos ojos ese proceso, considerando la influencia liberal y masónica que este tenía. Además, durante el siglo XIX y aproximadamente la primera mitad del siglo XX recibió el embate adversario proveniente de distintos grupos liberales y particularmente del Partido Radical. La cuestión del sacristán, a mediados del siglo XIX, y las denominadas leyes laicas, en la década del 80 de ese mismo siglo, son muestras de dicho conflicto. A las fuerzas ya mencionadas, la Iglesia agregó un nuevo adversario a partir de fines del siglo XIX y hasta aproximadamente la década del 50 del siglo XX. Me refiero al pensamiento de izquierda en todas sus expresiones y particularmente sus partidos de orientación marxista. Posteriormente, la Iglesia Católica chilena, hija del Concilio Vaticano II y de la Conferencia Episcopal de Medellín, ambos hechos ocurridos durante los 60, empezó a tener un nuevo adversario inesperado, la derecha política, social y económica. El desplazamiento de la Iglesia en su apoyo político desde la derecha tradicional hacia el centro e incluso hacia la izquierda, la llevó a tener nuevos aliados y nuevos adversarios. En los 70 y 80, al constituirse en "la voz de los sin voz" bajo el liderazgo de Silva Henríquez, recibió el rechazo en su causa por los derechos humanos de todo el sector político, social y económico que apoyó la dictadura cívico-militar de derecha.
A partir de los 90, la Iglesia en su jerarquía tomo la opción de abandonar en parte su discurso precedente en materia social y asumió a partir de monseñor Oviedo los temas denominados "morales". Es precisamente esa orientación y sus contradicciones lo que hoy la tienen en la crisis mencionada. Pero la Iglesia Católica es, ha sido y debiera ser un actor social relevante en la sociedad chilena, reencontrándose en la verdad y en la confianza con la inmensa mayoría de los chilenos creyentes o no creyentes que buscan un país mejor. Para aquello y siguiendo al Papa, debe abandonar sus conductas narcisistas y elitistas y asumir como contraparte conductas solidarias, progresistas y populares con la inmensa mayoría de los chilenos. Dicho campo posee enormes oportunidades para la institución. La Iglesia debe ser la portavoz de las 40 mil familias que siguen viviendo en campamentos, mucho más allá del Techo para Chile; del millón de inmigrantes, mucho más allá del esfuerzo de los jesuitas; de las más de 400 mil familias que hoy carecen de vivienda; de entre los 2 y 4 millones de pobres, de acuerdo a cómo se midan, que siguen existiendo en Chile; del 80% de los trabajadores que no están sindicalizados; del 94% de los trabajadores que no negocian su salario colectivamente; de los millones que aún carecen de atención de salud rápida y eficiente; de más de un millón y medio de pensionados que sobreviven con menos de $200.000 al mes; del 50% de las familias chilenas que viven con menos de $500.000 al mes; de las minorías sexuales en toda su expresión; de las mujeres en todas sus demandas; de los pueblos originarios en todas sus justas reivindicaciones. Solo esa Iglesia podrá reencontrarse con la verdad y confianza con el conjunto de la sociedad chilena. Solo si la Iglesia vuelve a ser hija del Concilio Vaticano II y de Medellín volverá a ser creíble para la mayoría de los chilenos. Eso ocurrirá cuando para un obispo o sacerdote sea más importante la Chimba en Antofagasta que un seminario en CasaPiedra.