Leer no es solo cultivarse. También es entretenerse, mirar otros mundos, sentir lo que otros sienten. Y también es una manera maravillosa de lidiar contra el estrés.
No importa que no siempre entendamos todo perfectamente ni recordemos en detalle lo que leímos. Lo importante es que mientras leemos estemos presentes en lo que hacemos, para que la propia realidad se disfumine un poco y aparezcan otras caras, otros temas, otros mundos, otras problemáticas, otras culturas y otras épocas. Lentamente el presente nuestro va pasando a segundo plano y la trama del libro se nos impone. Entonces es que empezó el verdadero descanso.
No solo el descanso del cuerpo en reposo (difícil leer caminando o haciendo ejercicio), sino por el descanso de nosotros mismos. La angustia y el estrés nos incitan a repetir, una y otra vez, el problema que nos inquieta. Es una repetición sin sentido, que no busca activamente la solución, sino una parte de la mente que se queda pegada, inútilmente. El dolor, la pena, pueden estar presentes en el cuerpo en situaciones duras, pero cuando se ponen a hablar no se puede uno fácilmente deshacer de las palabras que recuerdan y martillan el dolor. La lectura permite callar las palabras de nuestro propio pesar.
Leer también ayuda porque, sobre todo si es novela y hay historia, vamos conociendo personajes distintos a nosotros, y mejor aun, distintos de nuestros amigos y conocidos. Ellos también nos hablan. Las formas cómo reaccionan ante un problema, cómo se enojan y se expresan, cómo se vengan de los que los que los han herido, cómo aman a los que aman, también nos van abriendo caminos nuevos. Hacen más diversa la gama de reacciones humanas, nos muestran formas de analizar los problemas, de manejar la rabia, de arrancar de horrores vividos. Y así como en la familia vamos aprendiendo la diversidad desde pequeños y en el colegio vamos conociendo nuevas maneras de ser, los personajes de los libros juegan ese rol también. Vivimos en un país donde la diversidad aún no es una cualidad reconocida ni incentivada. Mientras más iguales somos a los demás, más seguros nos sentimos. La literatura nos abre a la diversidad y nos enriquece también porque el mundo de lo posible se expande. Es una forma de libertad.
Leer no solo cultiva el lenguaje y la mente, nos agranda el mundo, nos abre a lo diverso, nos saca de nuestra pequeña vida cuando está adolorida, y también nos entretiene.