Teatro esencialmente poético y contemporáneo, por lo tanto de exigencia para el público, "Últimos remordimientos antes del olvido" es apenas la segunda pieza -la primera fue "Tan solo el fin del mundo" hace una década- que se estrena aquí de Jean-Luc Lagarce, cuya obra revalorada tras morir de sida a los 38 años en 1995 lo convirtió en dramaturgo imprescindible: hoy es el autor francés más representado en el mundo.
De este texto de 1987, uno de los 5 o 6 más recurridos escritos por Lagarce, se vale el destacado director Alejandro Castillo para hacer otra de sus exploraciones en la línea que ha desarrollado esporádicamente a lo largo de los últimos 30 años, en un teatro del estatismo y la inercia. Recién en diciembre él estrenó en el mismo escenario otro admirable exponente de este tipo, "Después de mí, el diluvio".
Muestra a Pierre, solo, melancólico y próximo a morir, quien en la ruinosa casa que habita recibe la visita de Paul y Helene, largamente ausentes. Los tres compartieron el lugar en una intensa relación, quizás como triángulo amoroso; al quebrarse esta, los otros se fueron a vivir su vida (y los acompañan su actual pareja y una hija), en tanto Pierre se quedó. Ahora vienen a cobrarle su parte del bien raíz que compraron en comunidad.
La crítica foránea habla de que el texto contiene cierto amargo sarcasmo. No en la versión de Castillo. Acá todo sucede en un ambiente irreal y fantasmagórico, con los visitantes que caminando sobre un suelo cubierto de hojas secas aparecen desde las tinieblas como espectros o presencias salidas de lo que quedó de un pasado lejano.
Con su poética enigmática y crepuscular y diálogos elusivos, llenos de vaguedades, titubeos y contradicciones, la puesta despliega un laberinto oscuro, marcado por la incerteza. Nunca sabremos realmente cómo se llegó a esta situación, ni siquiera qué pasó entre ellos; solo hay atisbos, sugerencias. Lo que importa es trazar esa instancia incómoda y dolorosa que busca dar vuelta la última página de una historia compartida; cómo se instala allí la sensación de culpa y arrepentimiento de cada cual, el peso del fracaso del proyecto común, el fin de una utopía.
Hay que decir que el montaje, de escaso movimiento escénico, solo el imprescindible, tiene una bella estética, cuidadosa incluso en la elección de un elenco de buena presencia. Si los intérpretes hubieran sido mayores, se habría enfatizado la desesperanza otoñal de la ficción. La entrega está, por cierto, impecablemente ejecutada en el estilo requerido por los tres actores y tres actrices; ellos con voces bien timbradas dicen sus textos casi sin matizar, y en verdad no alcanzan a trazar personajes definidos.
También es preciso anotar que llega el momento en el cual la propuesta, que se toma 75 minutos, se vuelve hipnótica e invita al sopor con su ritmo invariablemente parsimonioso y ánimo exangüe. No obstante su consecuencia y tratarse de teatro elaborado con rigor, otras experiencias de esta misma índole emprendidas por Castillo le resultaron menos áridas y monocordes.
Teatro Mori Bellavista, jueves a sábado, 21:00 horas.