"Salimos a nuestro escuálido jardín y vimos que mamá había levantado la carpa de camping . También había comprado un 'picnic' de golosinas que, desplegadas sobre la mesita que usábamos de comedor en nuestras excursiones, le daban al jardín la apariencia de un bazar. Creo que ese día entendí que no todo lo real es verdadero. Yo tenía una permanente sensación de náusea y apenas comía. Pero esa noche hice lo posible por no defraudar a mamá. A las nueve, después de zamparnos el botín de golosinas y un termo con jugo de pera con jengibre, y de quedar todos en un estado de precoma por el exceso de azúcar, figurábamos silenciosos dentro de nuestros sacos de dormir. Mamá estrechó mi mano como temiendo que pudiera huir. Era lo que ansiaba con todas mis fuerzas: saltar del saco, salir a la calle y echarme a correr hasta perderme en la oscuridad. Me imaginé sola en medio de la ciudad. Un ser nuevo, sin historia, sin culpa, iluminada por las luces nocturnas..."Andrés Chadwick: "La misión a cumplir es más importante a la situación de un pariente o un amigo"
Este pasaje ocurre antes de la internación forzosa de Emilia, protagonista de
Llévame al cielo, última novela de Carla Guelfenbein; tras un intento de suicidio, será internada en la clínica psiquiátrica "Las Flores", donde convivirá con catatónicos, anoréxicos, narcodependientes, obesos mórbidos y toda clase de muchachos que padecen severas formas de desórdenes mentales. En comparación con el ambiente agresivo, cerrado, claustrofóbico de esa institución, el patio de su casa es la mismísima Arcadia. Y en medio de esa reclusión forzosa tendrá grandes amigos: Clara; Domi; Gogo, un chico gay que vivía a la intemperie, y Gabriel, un mocetón guapísimo, brillante y muy extraño que se convertirá en el amor de su existencia. Tratándose de una obra de Guelfenbein, el elemento romántico, la intriga de corte sentimental, con altos y bajos, con muchos y diversos percances, no podía estar ausente. La novedad, y en este caso se trata de una novedad absoluta, es que esta vez la autora escribe deliberadamente una narración para gente de pocos años y preciso es decir que, en términos generales, el resultado es más que satisfactorio. También hay que agregar que el público lector de
Llévame al cielo bien puede estar conformado por adultos, quienes apreciarán la trama tal como lo harían muchos adolescentes o, dicho de otra forma, casi siempre los inmaduros actores de esta ficción se comportan no como niños, sino como personas tan crecidas como sus padres o quienes están a cargo de su educación. Y esto se aplica, de manera especial, a las enfermeras, los guardianes, los celadores, los médicos, paramédicos y todo o casi todo el personal que hace funcionar ese establecimiento de donde nadie puede salir, a menos que sea dado de alta, un eufemismo para referirse a los que podrían regresar a su hogar, estén en las condiciones que estén. Con el tiempo, Emilia y sus compinches se darán cuenta de que esa cárcel también es un espacio de libertad y seguridad, puesto que lo que les espera al abandonarlo es peligroso, incierto, bastante azaroso. Y a medida que
Llévame al cielo avanza, iremos conociendo las biografías de cada personaje, algunas de frentón terribles, otras menos dramáticas, aunque cada una de ellas esté caracterizada por la extrema disfuncionalidad en los parientes de quienes dependen. Ese aspecto tendrá su culminación en el fatídico episodio en el que toman parte Emilia, Gabriel y Gogo: un día, ayudados por Clara, quien no se atreve a ser parte de la expedición, huyen de la casa de locos, se aventuran por la gran urbe, obtienen dinero a raudales -Gabriel es millonario-, alojan en el Hotel Sheraton y terminan en una disco de Bellavista, con fatales consecuencias para el trío. En vez de haberse alejado por unas horas, de acuerdo al plan inicial, permanecen afuera mucho más tiempo y la víctima de algo que parecía inocuo es Gogo, imposibilitado de retornar a "Las Flores" por motivos que se sabrán hacia el desenlace de este relato.
En cierto modo
Llévame al cielo retrata a un microcosmos de la actual sociedad chilena o, mejor dicho, de un segmento de ella, el segmento más desprotegido, vulnerable y abusado de ese sector que suele ser llamado el de los estudiantes con problemas: se trata de miembros solitarios de grupos familiares, que no pueden adaptarse al país, al colegio, en suma, al sistema. Sin embargo, este es solo un dato ilustrativo, un hecho de la causa, porque el volumen va mucho más allá, sobre todo en lo que concierne al personaje de Emilia. Hija de Julián Agostini, héroe de la aeronavegación chilena, acróbata de los aires, ella misma es la piloto de aviones más joven del país y se siente culpable de la muerte de su padre, ya que lo instó a subirse a la cabina de un biplano cuando estaba en malas condiciones de salud. La fascinación de Emilia por los artefactos que surcan los cielos se extiende a todas esas magníficas mujeres en sus máquinas voladoras, en particular hacia Amelia Earhart, una intrépida aviadora norteamericana, cuya aeronave se precipitó en algún lugar del Océano Índico y de la que nunca más se supo. No obstante, Gabriel, genio de los algoritmos, está seguro de haber encontrado la isla donde Amelia habría perecido. Este interés de Emilia por todos los aparatos que cruzan naciones, continentes, mares, da pie para que
Llévame al cielo sea un libro inusualmente original y también sirve para que Guelfenbein muestre sus conocimientos en la materia e incluso haga hermosos dibujos que ilustran el tomo.