Renunciar con elástico.
La "renuncia con elástico" es aquella en que uno se desprende de su cargo con la esperanza de que este vuelva a uno. No alcancé a buscar el origen del dicho, pero no sé por qué me suena bien chileno, como si lo hubiésemos inventado aquí.
La "renuncia con elástico" se inscribe dentro de la categoría de otras simulaciones que se han convertido en dichos populares, como las "lágrimas de cocodrilo" o "hacerse la mosquita muerta".
Ya intuyen hacia dónde voy. Es obvio, a la "renuncia" de todos los obispos chilenos conocida el viernes en Roma.
Este es el fraseo exacto que usaron los monseñores para comunicar su decisión colectiva: "Hemos puesto nuestros cargos en las manos del Santo Padre". Pero la declaración se trata obviamente de un eufemismo, porque sus cargos siempre han estado y estarán en las manos del Santo Padre.
Lo que debieron decir, creo yo, es que presentan sus renuncias indeclinables a sus cargos. Así, clarito. Simple, como una agüita perra. De lo contrario, da la impresión de que se trata de una "renuncia con elástico". Y en el año 2018, las "renuncias con elástico" son tan impopulares como viajar a Harvard con fondos fiscales y comprar un televisor de 8 millones de pesos. No flotan.
El problema es que mucha gente puede pensar que una renuncia masiva, indeclinable, de verdad, de todos los obispos chilenos, es un exceso. Y yo tiendo a estar de acuerdo. Siempre he desconfiado de las palabras "todos" y "nadie". Esos dos conceptos de algún modo conducen a lo mismo: cuando se dice que "todos somos especiales" es otra manera decir que nadie lo es.
Del mismo modo, cuando se dice que "todos somos responsables" de las cosas malas que ocurrieron en la Iglesia chilena, y todos ponemos nuestros cargos a disposición -o en las manos del Papa, o lo que sea-, ese "todos" se convierte en un "nadie", porque nos impide ver con claridad a los verdaderos responsables.
Es evidente que no todos los obispos chilenos son responsables de los graves hechos que provocaron esta crisis. Hay algunos de ellos que intentaron evitar o reparar los daños. Hay algunos que incluso son víctimas de los abusos de poder y de otro tipo. Todos en la Iglesia saben que esas renuncias serían una injusticia, un absurdo.
Cuando en un curso de colegio un grupo de niños comete alguna indisciplina o una fechoría, los profesores reúnen a todo el grupo y les piden a los responsables que confiesen su falta para no perjudicar al conjunto. Muchas veces ocurre que nadie habla y, en una solidaridad mal entendida, esconden en la masa a los culpables. "Fuimos todos", suelen decir. Pero eso significa que "no fue nadie". Los educadores tratan de luchar contra eso, porque saben que es una injusticia.
Es lo mismo en el caso de los obispos. Los que saben que son responsables debieron haber dado un paso al frente y entregarse. Pero prefirieron parapetarse en el rebaño, para confundir al pastor.
Ahora será él, el pastor, el que tendrá que tratar de identificar bien a las ovejas negras y cortarles de una el elástico. Para que les duelan las manos con el golpe.